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Un hombre deposita una flor, este martes, en homenaje al presidente chileno Salvador Allende. M. BERNETTI AFP.

El 45° aniversario del golpe de Estado militar de Augusto Pinochet, que derrocó al Gobierno del socialista Salvador Allende, encuentran a Chile revisando de nuevo su pasado reciente y lejos de una mirada única sobre un quiebre democrático que sigue marcando la agenda política. No existe espacio en la sociedad chilena para justificar las violaciones a los derechos humanos en dictadura, que dejaron más de un millar de personas desaparecidas. Pero tampoco se ha alcanzado un consenso acerca de las responsabilidades de unos y otros en aquel 11 de septiembre, tan lejano y tan cercano a la vez, ni sobre los avances en verdad y justicia con la llegada de la democracia en 1990.

 

Las palabras del presidente no cayeron nada bien en la oposición, que interpretó su intervención como una justificación del golpe de Estado y un retroceso respecto de lo que el propio Piñera había declarado en 2013 —durante su primer mandato— cuando en referencia a los civiles que apoyaron al régimen militar denunció a los “cómplices pasivos”.

Una asonada todavía vigente

La asonada militar y sus consecuencias siguen plenamente vigentes en la actualidad chilena. Este viernes, la Cámara de Diputados se pronunciará sobre la acusación constitucional presentada por 10 parlamentarios de oposición que podría terminar con la destitución de tres jueces de la Corte Suprema que otorgaron libertad condicional a siete condenados por delitos de lesa humanidad. Según la encuesta de Cadem, solo un 27% de los chilenos cree que se ha hecho justicia en materia de derechos humanos y un 85% piensa que todavía existen pactos de silencio en el Ejército para proteger a los militares involucrados.

El 11 de septiembre sigue siendo una fecha especial para los chilenos. El pasado domingo, en el Estadio Nacional de Santiago —que sirvió de centro de detención en los meses posteriores a la asonada— dos jugadores del equipo de fútbol Universidad de Chile realizaron un homenaje a las víctimas antes del encuentro deportivo. Los medios de comunicación siguen desplegando contenidos especiales, y en las redes sociales son muchos los que siguen debatiendo y enfrentándose. La capital, Santiago, empieza a paralizarse desde la hora de comida por las eventuales manifestaciones convocadas a la caída de la tarde en algunas zonas de la cuidad. Y los principales de los partidos que integraron la Unidad Popular de Allende (izquierda) realizan actos de conmemoración.

Mientras el presidente Piñera participaba de una misa en La Moneda con un puñado de sus colaboradores, el Partido Socialista y el Partido por la Democracia depositaban una ofrenda floral en la puerta de calle Morandé 80, una entrada lateral del Palacio de Gobierno desde donde fueron retirados los restos de Allende hoy hace 45 años. Luego fue el turno de los comunistas, que repitieron el ejercicio junto a la simbólica puerta reabierta en 2003, durante la presidencia de Ricardo Lagos.

“Chile es un país que no olvida. Es un momento para recordar a tantos hombres y mujeres que perdieron su vida con horrores”, dice Maya Fernández Allende, nieta del expresidente, diputada socialista y presidenta de la Cámara, que este martes ha participado junto a su partido en una ceremonia junto a la estatua de su abuelo de la plaza de la Constitución, frente a La Moneda. “Compañero Salvador Allende, presente. Compañero Salvador Allende, presente. Compañero Salvador Allende, presente. Ahora y siempre”, gritaban quienes participaban de los homenajes organizados por los partidos, que reunieron apenas a un centenar de personas. No es extraño en un país como Chile, donde las instituciones democráticas como los partidos políticos no gozan, precisamente, de la mejor valoración ciudadana.

En el salón de honor del Congreso la oposición realizó un acto unitario: desde la Democracia Cristiana hasta el Frente Amplio de izquierda llenaron el salón de honor en una conmemoración organizada por el Senado y la Fundación Salvador Allende. Adiós, por unas horas, a las diferencias políticas.

Una de las ceremonias de mayor emotividad y simbolismo de esta jornada, sin embargo, se celebró en la casa central de la Universidad de Chile, la pública de mayor prestigio y antigüedad del país, en plena avenida Alameda. Como en abril pasado, la casa de estudios entregó los títulos universitarios póstumos y simbólicos a 11 de sus estudiantes que fueron ejecutados o desaparecidos por la dictadura. Madres, padres, hermanos, hijos y hasta nietos de las víctimas desfilaron por el escenario a recibir los diplomas, entre aplausos y un público todavía conmocionado. “Estoy emocionada de principio a fin”, comentaba con los ojos llenos de lágrimas Consuelo Latorre, de 88 años, madre de José Amigo, ejecutado en 1985, cuando solo tenía 34 años. Recibía, a nombre de su hijo asesinado, el título de profesor de Estado en Filosofía.

Entre el público estaba una también emocionada Joan Turner, viuda del cantautor, director de teatro y académico Víctor Jara, asesinado en 1973. En su caso, solo se hizo justicia en julio pasado, con la condena de ocho exmilitares a 18 años de cárcel. A Turner le acompañaba su hija, Amanda Jara. “Chile está dividido porque han pasado demasiadas cosas en este país. Es difícil que haya una visión común de la historia del siglo pasado. Con tanta muerte y tanto sufrimiento de tanta gente no es fácil que recuperemos la sonrisa”, reflexiona Turner, de 91 años, bailarina de profesión. “Se habla mucho de justicia, pero unas pocas condenas, luego de 45 años, no es justicia. Chile es un país con muchas heridas y debe encontrar la forma de sanarlas, pero no vamos por buen camino”.

 

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