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La muerte del senador John McCain marca el fallecimiento de un hombre, un patriota estadounidense y un político cuyo historial de servicio a Estados Unidos siempre será su atributo definitorio. Su muerte también acentúa el fin de una era de la política estadounidense, una que en estos tiempos difíciles parece casi irrecuperable. McCain no querría escuchar algo así, pero sabía que es verdad.

Los elogios para el senador de Arizona que brotaron en un torrente de admiración y respeto en las horas posteriores a su muerte son merecidos. Las palabras varían de una declaración a otra, pero todas suenan con el mismo acorde. John McCain fue una figura heroica que puso al país primero, antes que su partido, por encima de todo lo demás. No era un hombre perfecto, como solía él mismo decir, sino alguien cuyos defectos lo convertían en el defensor más auténtico y efectivo de las causas que perseguía.

Nació y se crió para servir, hijo y nieto de almirantes de la Marina, y lo hizo con coraje y convicción, a veces con coraje y enojo, casi siempre con humor y afecto por quienes se unieron a él en las batallas. Como prisionero de guerra en Vietnam del Norte, se negó a abandonar a sus compañeros prisioneros de guerra cuando se le ofreció la oportunidad. No estaba en su carácter hacerlo, y durante toda su vida siempre se negó a abandonar las causas en las que creía, incluso en momentos sol o se escuchaba su voz.

El campo donde estuvo preso en Vietnam fue una experiencia brutal y deshumanizante que lo dejó físicamente destrozado por el resto de su vida. Sin embargo, incluso con dolor, se comportó con notable energía, constantemente en movimiento, sin mirar atrás, siempre ansioso por la próxima pelea. Usó el lenguaje directo y el sarcasmo para mantenerse a flote y desarmar a los demás. Fue llamado rebelde con razón, pero eso era una definición muy estrecha de quién era. Predicó que las personas deberían servir a una causa mayor que ellas mismas, y vivió según lo que predicaba. Era mucho más que un rebelde.

Sufrió reveses y se recuperó. A finales de la década de los 80, fue arrastrado por el escándalo conocido como Keating Five, un episodio de tráfico de influencias por el que finalmente fue exonerado. La experiencia lo hizo añicos por algún tiempo. Fue humillado por haber estado sujeto a una investigación ética del Senado. Más tarde lo llamaría “mi asterisco”.

Perdió la nominación republicana en el 2000 contra el entonces gobernador de Texas George W. Bush, luego de una despiadada campaña en las primarias de Carolina del Sur que ardió en su conciencia y le obligó a luchar por encontrar al hombre que él creía ser.

Después de terminar su campaña, viajó a Carolina del Sur para decir que lamentaba no haber apoyado con firmeza a los que pedían quitarla bandera confederada de la capital del estado. Su declaración de arrepentimiento sigue siendo un documento notable.

 

John McCain y George W. Bush, que compiteron en el bando republicano por la presidencia, se abrazan en Embry Riddle Aeronautical University, en Daytona Beach, el 25 de octubre del 2000.

 

Con Bush en la Casa Blanca, McCain, junto al entonces senador demócrata de Wisconsin, Russ Feingold, pujó en el Congreso por un proyecto para reformar la ley de financiación de campaña en contra de muchos de sus colegas republicanos y del propio presidente. A él no le importaba, y esa fue la causa que lo alentó en todo momento. El proyecto de ley difícilmente resolvió el problema del dinero en la política, pero fue un comienzo para lidiar con algo que ofendía extremadamente la sensibilidad de McCain: la búsqueda flagrante de contribuciones políticas cada vez mayores de los estadounidenses más ricos.

Perdió la presidencia en el 2008 contra al entonces senador Barack Obama. Una parte de su legado será su selección de Sarah Palin, entonces gobernadora de Alaska, como su compañera de fórmula. Fue una decisión política que tomó por desesperación. Hubiera preferido elegir a su amigo Joe Lieberman, el demócrata que terminó siendo independiente. Sucumbió ante los que le dijeron que Palin era una mejor opción.

Resultó asombroso que estuviera incluso en condiciones de elegir un compañero de fórmula. En el verano del 2007, su campaña colapsó por la reacción conservadora a su promoción de una reforma migratoria, que paralizó su recaudación de fondos y provocó un éxodo masivo de personal. Por pura determinación, se impuso seguir adelante cuando otros, incluso sus aliados, lo abandonaron.

Al principio de su campaña, se posicionó en una posición singular apoyando la guerra de Irak que lanzó George W. Bush, en un momento en que toda la sabiduría política exigía que, al igual que otros, presionara en la dirección opuesta para pedir el fin de la guerra. La Doctrina McCain, así llamaron algunos la política de Bush de enviar más tropas a Irak en momentos de creciente oposición a la guerra. Y no lo hacían amablemente. ¿Aceptó McCain esa caracterización, le preguntaron en ese momento?

“No”, respondió. “Pero estoy dispuesto a aceptarlo como un principio McCain. Cuando me enlisto, cuando levanto la mano y voto para ir a la guerra, quiero ver la culminación de esa misión”.

Eligió sus batallas, escogió sus peleas y luego encontró aliados donde pudo, ya sea en su propio partido o en la otra parte. Prosperó en la cooperación partidista, cuando fue posible. Fue parte de la Banda de los 14, que encabezó una crisis en el Senado por las nominaciones judiciales. Formó parte de la Banda de los 8 que sacó un proyecto integral sobre inmigración que aprobó el Senado y luego chocó contra una pared en la Cámara.

Trabajó con el senador Edward M. Kennedy, demócrata de Massachusetts. Sus políticas eran diferentes, pero compartían la creencia en que el compromiso era el camino hacia el progreso, así como el amor por la institución del Senado. McCain falleció exactamente nueve años después de Kennedy. En ambos, la causa de sus muertes fue cáncer del cerebro.

El senador demócrata de Massachusetts, Edward Kennedy, comparte amistosamente con el senador republicano de Arizona John McCain en esta foto tomada en la biblioteca John F. Kennedy, en Boston, en mayo de 1999. Elise Amendola AP

 

El estilo de McCain fue lo que ahora se conoce como autenticidad y transparencia. Llevaba abiertamente sus convicciones, sus creencias, sus desilusiones, su ira, su entusiasmo. Él no le tenía miedo de los periodistas. En su campaña del 2000, a bordo del autobús al que llamó Straight Talk Express (El Expreso del Diálogo Directo), agotó a los periodistas que lo acompañaban con ruedas de prensa que parecían durar indefinidamente. En aquellos días, llamó a la prensa, en tono de broma, “mi base”. Tal fue la amabilidad de la cobertura que se le brindó.

Más tarde, cuando se postuló contra Obama, McCain sintió el punzón de una cobertura que era mucho menos gentil, que era más favorable para el candidato demócrata que para él. No pudo ocultar su insatisfacción. Pero fue el comienzo de una era diferente, de las redes sociales, cambios que le robaron parte de la espontaneidad que había marcado su personalidad.

John McCain en una foto que se le tomó cuando era prisionero en Vietnam del Norte. Trump lo menospreció de no ser “un héroe” porque su avión fue derribado en Vietnam. AP


Durante los últimos tres años, McCain fue uno de los críticos más feroces del presidente Donald Trump. Pero lo hizo de una forma diferente a la forma en que Trump lo menospreció de no ser “un héroe” porque su avión fue derribado en Vietnam. Las críticas de McCain se basaron en políticas y visiones contrapuestas del mundo, especialmente sobre Rusia y Vladimir Putin. Al mensaje de Trump “América Primero”, McCain respondió con lo que siempre buscó: el país primero. Existe una gran diferencia.

En uno de sus últimos gestos, se volvió contra el presidente y su propio partido para hundir el proyecto de ley que habría derogado y reemplazado la Ley de Cuidados de Salud Asequibles. Ese momento del año pasado – teatral en su desarrollo, devastador por lo que le hizo al Partido Republicano y al presidente- es una muestra del tipo de hombre que era y los tiempos en que vivió.

McCain rara vez vacilaba en la forma en que se comportaba y conducía su política, hasta en los últimos momentos. Pero los tiempos cambian. Una vez le preguntaron si alguien podría reproducir el autobús Straight Talk Express en la era de Twitter y las noticias de 24 horas. No, dijo con algo de tristeza en su voz, ya no era posible. Su muerte es un recordatorio no solo de la pérdida de un gigante en la política estadounidense, sino de las realidades de una nueva era, con nuevos desafíos para la generación que ahora debe seguir sus pasos. ¿Alguien retomará su legado?

 

 

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