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Londres, 5 may (EFE).- Camila se ha convertido contra todo pronóstico en reina de los británicos tras una vida vinculada a Carlos III y tras sacudirse, con mucho esfuerzo, la etiqueta de “enemigo público” de la nación para ganarse a la ciudadanía.

Tras 16 años de matrimonio y otros muchos más de idilio oculto con el hoy monarca, la trayectoria de Camila hasta sentarse en el trono real ha sido muchas cosas menos convencional.

Ha tenido que soportar ser el blanco del desprecio de la ciudadanía y carnaza para los tabloides patrios, que la percibieron como la gran malvada que se entrometía en la relación entre Carlos y la malograda (y adorada) Lady Di.

Como pudo, vadeó obstáculos e hizo oídos sordos a las críticas y la hoy abuela de cinco nietos (Lola, Freddy, Eliza, Gus y Louis) y otros cinco por parte de Carlos -los tres hijos de Guillermo (Jorge, Carlota y Luis) y Archie y Lilibet, de Enrique y Meghan-, consiguió algo que parecía imposible: llegar al trono convertida en una figura respetada en el país.

La segunda esposa del primogénito de Isabel II nació en Londres, en el hospital King’s College, el 17 de julio de 1947, y tuvo una infancia privilegiada como hija del comandante Bruce Shand, un oficial del Ejército británico y miembro de la llamada pequeña nobleza, que trabajó como comerciante de vino, y de Rosalind Cubith, hija mayor del III Barón Ashcombe.

Además, posee una larga lista de títulos, entre ellos el ducal de Cornualles, el de duquesa de Rothesay y el de condesa de Chester.

Según la legislación, también le hubiera correspondido el de princesa de Gales, algo que se habría percibido como una provocación, con lo que desde el palacio de Buckingham se determinó que se le llamaría duquesa de Cornualles con tratamiento de Alteza Real, por respeto a la memoria de Diana.

EN UN PARTIDO DE POLO

Camila conoció a Carlos, quien sería el indiscutible amor de su vida, con 23 años durante un partido de polo.

Según han revelado en incontables ocasiones los medios locales, ella misma comentó entonces al monarca que su tatarabuelo, el rey Eduardo VII, había sido amante de su bisabuela Alice Keppel.

Curiosamente, Carlos no vio entonces en ella a su futura consorte y Camila hizo borrón y cuenta nueva casándose con Andrew Henry Parker Bowles, con quien tuvo dos hijos, Thomas Henry Charles “Tom” Parker Bowles, ahijado del príncipe Carlos, y Laura Rose Lopes-Parker Bowles.

La hoy reina Camila figuró en su día entre los ilustres invitados que acudieron al enlace del príncipe de Gales con la aristócrata Lady Diana Frances Spencer, hija del conde de Spencer.

Sin embargo, ese enlace tampoco pudo disolver el “affaire” que mantenían ya Carlos y Camilla, una historia que perduró, contra viento y marea, y que sobrevivió a algún que otro incidente bochornoso, como el infame “Tampongate”.

Andrew Parker Bowles se divorció de ella en 1995. Y, apenas un año después, también se deshacía de forma oficial la unión entre Carlos y Diana, dando así vía libre a la relación con Camila.

La inesperada muerte de Lady Di en un accidente de tráfico en París en 1997 sumió al país en un llanto colectivo que puso en evidencia la absoluta devoción de los británicos por la princesa muerta frente a la antipatía que suscitaba la hoy reina.

Pasaron años y cuidadas campañas de imagen, bien orquestadas desde la Casa real británica, hasta que, por fin, Camila consiguió ser aceptada por la ciudadanía y por los hijos de Carlos y lady Di, Enrique y Guillermo.

La pareja se casó, tras tres décadas de romance y críticas, con una ceremonia oficiada en el Ayuntamiento de Windsor el 9 de abril de 2005. Ahora, también, se convierten juntos en reyes de los británicos.

Patricia Rodríguez

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