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Miami, 10 may (EFE).- El cineasta argentino Juan José Campanella regresa a la pequeña pantalla con un nuevo episodio de la serie de televisión estadounidense Law & Order: Special Victims Unit (“Ley y Orden: Unidad de víctimas especiales”), y confiesa este martes, en entrevista con EFE, que el filme “Qué bello es vivir” fue el causante de que, en 1980, dejara todo por el cine.

Fotografía cedida por Boca PR donde aparece el cineasta argentino Juan José Campanella durante el rodaje de un episodio de la serie de televisión estadounidense "Law & Order: Special Victims Unit", una exitosa y estremecedora serie policíaca semanal nacida en 1999 (la más longeva de su tipo) que se emite esta noche en Universal TV. EFE/Boca PR

Campanella (Buenos Aires, 1959), retoma la batuta en “Lime Chaser”, una nueva entrega de la temporada 24 de esta exitosa y estremecedora serie policíaca semanal nacida en 1999 (la más longeva de su tipo) que se emite esta noche en Universal TV.

El idilio del argentino con esta serie de dramas criminales que lleva 24 años fascinando y horrorizando a su audiencia se remonta al año 2000, y desde entonces se ha convertido en un director casi imprescindible de la serie por su visión sobria e intensa.

Preguntado sobre cuál el secreto de la longevidad de este “spin-off” de “Ley y Orden”, tras 24 temporadas y una renovación por dos más, Campanella dice que “no hay una fórmula” que explique las claves de su éxito, a no ser “la conjunción de buen trabajo, del contenido de una serie que se alimenta de la realidad” y el saber “ir cambiando con la sociedad para mantenerse fresca”.

Si las historias reales y descarnadas son el músculo de la serie, el “ancla fuerte y emocional” de “Ley y Orden: Unidad de víctimas especiales”, su centro de gravedad, es, sin duda, el personaje de Olivia Benson, la endurecida y compasiva agente de Policía que combate los crímenes más oscuros.

OLIVIA BENSON ES EL “CAMPARI” DE LA SERIE

“Ella (Mariska Hargitay, que encarna a Benson) es algo único en la historia de la televisión, es la más perfecta comunión entre personaje y actriz”, hasta el punto que Mariska es “La Ley y el Orden”, dice con afecto y admiración hacia la actriz.

Sobre este papel capital de Hargitay (o de Benson, tal es la fusión de las dos), el también guionista y productor de cine y televisión dice con humor que es como el cóctel Negroni: “le puedes cambiar de muchos condimentos, pero no del Campari”.

“Sin Mariska no hay UVE (Unidad de Víctimas Especiales)”, afirma contundente.

Hargitay es el Campari del combinado (la serie de televisión), su química con la trama de cada episodio es perfecta, aunque ella, la persona, es “más efusiva y sonriente” que el personaje, una agente “estoica y hasta taciturna”.

“Mi ruego siempre a los autores es ‘hagámosla sonreír más a Oliva Benson”, añade con humor Campanella, ganador del premio Óscar como Mejor película de habla no inglesa por “El secreto de sus ojos” (2010).

En cuanto al tratamiento que imprime a sus rodajes en esta innovadora serie de la franquicia “Ley y Orden”, Campanella destaca como pilares de la serie “la intensidad de contenido y la sobriedad”.

Resulta clave la búsqueda previa al rodaje de “los momentos más emocionales, las anclas dramáticas de cada capítulo” para indagar “de qué manera impacta eso emocionalmente a nuestros personajes fijos”.

Luego, dependiendo de los hallazgos, “trabajo con los guionistas, no reescribo, pero sí hago comentarios para que esos picos de intensidad salgan a la luz”, resalta Campanella.

“QUÉ BELLO ES VIVIR”, UNA PELÍCULA DECISIVA

Preguntado cuándo fue consciente de que el cine era lo suyo, el argentino, que iba para ingeniero, cita con precisión el momento: “Fue en febrero de 1980, cuando vi la película ‘Qué bello es vivir’ (“It’s a Wonderful Life”), entonces llevaba seis meses estudiando por la noche cine medio como hobby”.

Otra película que le impactó y fue decisiva para que asumiera que el cine era lo suyo fue “All That Jazz” (1979), de Bob Fosse, rememora.

No obstante, explica Campanella que su desmesurado amor por el cine se remonta a su infancia, años en los que prefería, en vez de ir a jugar al fútbol, ir al cine y tratar de convencer a sus amigos de que le acompañaran.

“Era una época de oro del cine, entre los años 1960 y 1970, en donde todavía había cines de barrio en Buenos Aires. En el mío había cuatro cines y yo iba cuatro días a la semana. Ahora no hay ninguno”, dice con un punto de nostalgia.

El director y guionista en películas como “El mismo amor, la misma lluvia” (1999), “El hijo de la novia” (2001) o “Luna de Avellaneda” (2004) se muestra desencantado y perplejo ante el rumbo actual de la industria cinematográfica, y dice que “ahora todo está en estado de mezcolanza y efervescencia con las plataformas (audiovisuales), que alteraron todo”.

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