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Buenos Aires, 5 abr (EFE).- “No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”, escribió una vez Jorge Luis Borges al evocar su Buenos Aires natal, esa ciudad “eterna”, como el agua y el aire, que dio nombre al primero de sus libros, “Fervor de Buenos Aires”, poemario que cumple este año un siglo de existencia.

El presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, recibe a EFE en su domicilio en Buenos Aires (Argentina). EFE/ Javier Castro

El presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, uno de los mayores expertos en la figura y obra de Borges, recibe a EFE en su domicilio de la capital argentina para conversar sobre una obra que, en palabras del propio autor de “Ficciones” y “El Aleph”, terminó por “prefigurar todo lo que vino después”.

“Su primer libro creo que marca dos cosas: un gran amor por la voz lírica y también por Buenos Aires, que es la ciudad en la que vivió siempre y la ciudad que amó”, señala Vaccaro, custodiado por cientos de libros, retratos, bustos e incluso objetos personales del afamado escritor.

EDICIÓN FAMILIAR

Nacido en 1899 y criado en el barrio de Palermo, entonces un suburbio de la capital, Borges creció en una Buenos Aires “completamente distinta” a la que habitó después; “una ciudad de vecinos”, según Vaccaro, en donde la gente se reconocía por las calles y cuyo casco urbano era relativamente pequeño.

Tras pasar 7 años en Europa y regresar a su país en 1921, Borges experimentó un “redescubrimiento” de Buenos Aires, fascinándose por sus barrios, sus personajes y sus mitologías, en lo que terminó por conformar su particular cosmovisión de la capital de Argentina.

“Cuando llega de Europa, (Borges) hace una revista mural llamada ‘Prisma’. Salía por las noches para pegarla en las paredes de Buenos Aires, para que al día siguiente los ciudadanos pudieran disfrutar de la belleza estética de sus poemas”, comenta Vaccaro sobre aquel “joven impetuoso” al que le gustaba “dar a conocer” sus trabajos.

“Fervor de Buenos Aires” (1923) es fruto de esa creatividad desbordante: un libro de poco más de 60 páginas y 46 poemas, sin índice ni numeración propia, que fue editado en una imprenta local gracias al impulso del padre de Borges, Jorge Guillermo, otro apasionado de las letras.

“El grabado (de la portada) lo hizo su hermana, Norah -quien se convirtió, a la postre, en una de las artistas plásticas más prolíficas del siglo XX argentino-, así que fue una cosa bastante familiar”, puntualiza Vaccaro acerca de una obra, “Fervor de Buenos Aires”, de la que apenas se imprimieron 300 ejemplares, difundidos entre amigos y allegados del escritor.

BUENOS AIRES Y LA ETERNIDAD

“En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad”, afirmó el cuentista en el prólogo a la edición de “Fervor de Buenos Aires” de 1969, en la que se propuso mitigar “excesos barrocos”, limar “asperezas” y tachar “sensiblerías y vaguedades”, eliminando varios poemas por el camino.

Sin embargo, Borges nunca renegó de aquella obra que ya aventuraba su genio literario, “por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo”; un poemario de gran calidad poética, que cantaba a esa Buenos Aires “de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas”.

“Siempre hubo autores que han escrito a Buenos Aires. Borges lo ha mantenido a lo largo de toda su vida, porque poemas sobre Buenos Aires aparecen publicados en sus libros de los años 60 y 70. Buenos Aires está permanentemente presente en la obra de Borges”, señala el presidente de la Fundación El Libro.

La ciudad que enamoró a Borges ha cambiado muchísimo en el último siglo: “Hoy todo es más bien superficial” y “se ha perdido el desarrollo de la belleza en los ambientes”, opina Vaccaro, lo que probablemente despertaría las críticas del escritor.

“Creo que antes se pensaba de otra manera. Seguramente, Borges habría tenido una visión crítica de una modernidad que, insisto, arrasa con todo”, subraya.

CLÁSICO ENTRE LOS CLÁSICOS

La modernidad actual trastocaría a un Borges que, como el resto de clásicos, “no es moderno”; característica que convierte sus libros en obras capaces de trascender “horizontalmente todas las épocas”.

“Cuando un autor logra eso, es porque es un clásico. Por eso Borges no sólo trasciende épocas, sino que también es universal; se lo lee, por ejemplo, en China, en Corea y en Japón”, afirma Vaccaro, para concluir que el siglo XX argentino, que contó con otros literatos como Julio Cortázar, Marco Denevi o Silvina Ocampo, fue un “siglo de oro”.

Lo cierto es que, cien años después de aquel “fervor”, Buenos Aires es muy distinta, pero por sus calles todavía transitan millares de almas singulares, únicas ante dios y en el tiempo y, sin duda, “preciosas”.

Javier Castro Bugarín

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