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Redacción Internacional, 19 mar (EFE).- La invasión de Irak fue considerada hace veinte años la guerra mejor contada por el alto número de corresponsales extranjeros que Sadam Husein permitió que la cubrieran en Bagdad. Su objetivo era que los periodistas movilizaran con sus crónicas a la opinión pública en Occidente. Y que la opinión pública occidental presionara a su vez a los países de la coalición para poner fin a la empresa bélica. La estrategia de Sadam fue un fracaso. La invasión no se frenó y el líder iraquí acabó colgado en la horca.

Si su trabajo se midiera por el número de vidas humanas que salvaron con sus crónicas, tampoco los corresponsales tuvieron éxito. Cientos de miles de personas murieron en el conflicto y una posguerra atroz. Estos son algunos fragmentos del diario compartido por los enviados de EFE, El País, Ángeles Espinosa, y El Periódico, Antonio Baquero, que coincidieron en el Hotel Palestina de Bagdad e hicieron equipo en aquellos días de guerra. 19 DE MARZO. La última semana todo han sido atascos, colas y gritos. Los bagdadíes han caído en la cuenta de que no han comprado suficiente gasolina, agua, pilas ni comida. Tampoco analgésicos y tranquilizantes. Y se han lanzado a comprar de todo en toda clase de tiendas. Pero hoy no hacen mas que mirar al cielo. El ultimátum expira a las cuatro de la próxima madrugada. Y muchos piensan que el ataque se va a adelantar. A media tarde han desertado de las calles. La guerra aún no ha empezado y Bagdad ya es una ciudad fantasma. 20 DE MARZO. “Aquí están! Aquí están!”, Antonio da la voz de alarma, acaban de tronar las sirenas. Pasan diez minutos eternos antes de que escuchemos explosiones, veamos parpadeos luminosos que atraviesan la noche y nos sobresalte el martillero de las baterías antiaéreas. Pero la cosa no va a más, eso es todo.Menuda decepción. Dos meses de espera en Bagdad para que vengan, tiren tres bombitas y se vayan, pensamos. Al cabo de unas horas aparece Sadam en la televisión iraquí. Con aspecto cansado, de no haber pasado buena noche. “La victoria es nuestra”, dice. En 8 minutos de discurso repite 12 veces “Dios es el más grande”. 21 DE MARZO. Quien no ha asistido a un bombardeo no puede entender que los bagdadies salgan a los jardines o a las terrazas de sus casas para verlo mejor. Los bombardeos son hipnóticos; luces rojas que se elevan en fila india, fogonazos que desprenden pétalos amarillos, chispitas blancas suspendidas en la bóveda celeste. Son oleadas de diez o veintes minutos, con breves descansos en los que oímos el ulular de las ambulancias.Esto debe ser la perversidad, comento a mis compañeros, algo bello pero intrínsecamente malo. Elucubramos sobre la ambivalencia cuando un estruendo ensordecedor sacude como un flan el Palestina, de la azotea a los cimientos. Cerramos la boca. Nos tiramos los tres al suelo. No nos atrevemos a abrir los ojos.

25 DE MARZO. Hoy hemos visto un prodigio. Más que eso, tenemos la impresión de permanecer inmersos en un fenómeno sobrenatural. Un viento inclemente barre la ciudad y trae millones y millones de partículas de arena que impregnan las calles, los edificios, los vehículos, las personas. Los lugareños lo llaman turab, el polvo, la tormenta del desierto. La de hoy lo cubre todo con un manto de un color naranja que no parece de este mundo. Los lugareños aseguran que un turab como este no lo habían visto nunca. “Es una intervención de Dios, que así impide que los pilotos norteamericanos tengan visibilidad” dice Sahar, una traductora que cree en los milagros.

26 DE MARZO. El ministerio iraquí de Información nos recoge cada mañana para llevarnos en autobús a los lugares donde han caído bombas la noche anterior. Lo llamamos caspatur. El de esta mañana ha sido de pesadilla.

La avenida Al Basatin suele estar repleta de vendedores ambulantes. Hoy había cadáveres desmembrados. “Tenía la cabeza separada del cuerpo” repite sin cesar, como para terminar de convencerse, Haifan Sber, que ha perdido a su mejor amigo. Otro joven, que no quiere identificarse, dice a Ángeles que vaya detrás de una camioneta calcinada. Allí le enseña un charco de sangre. En el charco sobresale una maraña de tendones. Y en la maraña sobresale una mano humana. El joven dice que es de un electricista muy querido en la vecindad.

Ataques quirúrgicos, los llaman. También bombas inteligentes.

3 DE ABRIL. “La serpiente solo repta por el desierto”. Como titular no está mal, del todo. Que sea verdad o no, eso es otro asunto. El autor de la frase ha sido el ministro iraquí de Información, el inefable Mohamed Saeed al Shahaf. Miente con tanto desparpajo y ausencia de pudor que la tentación es que te caiga bien. Lo relevante es que sus mentiras te ponen en la pista. La clave es darle la vuelta a lo que dice. Si la serpiente, esto es, Estados Unidos, solo repta por el desierto, seguro que las tropas norteamericanas están ya en las puertas de la ciudad.

8 DE ABRIL. Un tanque norteamericano ha disparado desde el otro lado del rio Tigris. La tralla es seca, ronca. Como un latigazo en el flanco del hotel. Es mediodía. No sabemos qué ha ocurrido. Vamos a la recepción, donde el clima es raro. Vemos que sacan deprisa del ascensor a un herido en una sábana. Sacan a José Couso.

Le han llevado al hospital San Rafael. Allí dicen que les falta material en vista de su condición. Lo trasladan entonces al hospital Iben Nafis. Su compañero de Tele 5, Jon Sistiaga, está con él y dice que los médicos hacen lo imposible. Que intentan darle oxígeno con una mascara de plástico. Después con un aparato de respiración asistida. Que al final recurren a un masaje en el corazón. Pero el monitor que marca su pulso deja de pitar.

Esta noche había gestos de rabia contenida y ojos llenos de lagrimas en el Oriente Express, el restaurante del Palestina. Aunque fuera luzca el sol, el Oriente Express siempre está a oscuras, es lúgubre. Esta noche, más.

Couso es el segundo periodista español que muere en la guerra. Hace dos días cayó Julio Anguita Parrado. Le alcanzó un misil iraquí. El enviado de El Mundo estaba empotrado con las tropas que avanzan hacia Bagdad.

9 DE ABRIL. Asoma uno. Luego dos. A continuación se deja ver toda una columna de carros de combate. Las tropas norteamericanas ya han llegado a la ciudad. Y decenas de blindados se dirigen al Palestina. Somos testigos de una metamorfosis. Quienes acusaban a los norteamericanos de bárbaros, les jalean. Y acusan ahora de bárbaro a Sadam. O fingían antes. O fingen ahora. Posiblemente con razón, en ambos casos. “Los iraquíes vivíamos bajo el terror. Bienvenidos los norteamericanos”, proclama Marwan. “Vivíamos aterrorizados”, denuncia Salman. “Violaban a nuestras mujeres”, asegura Karim. También hay quien no finge. “Es una desgracia que estos borricos se paseen por Bagdad. Nos espera la anarquía, algo que no ocurriría con Sadam”, se lamenta Ahmed.

Las declaraciones tienen como escenario la Plaza del Paraíso. Junto al Hotel Palestina, la plaza está presidida por una estatua de Sadam Husein, que una turbamulta echa abajo. La foto del año. Quizá de la década.

Lo único claro ese día es que Sadam Husein ha sido derrocado. Y que nadie sabe donde está Sadam.

11 DE ABRIL. Ganas de volver a casa. Me despido de Ángeles y Antonio. Y me apunto a una caravana que sale por carretera en dirección a Amán. Decenas de vehículos con periodistas que viajamos juntos por si el caos ya impera en todo el país. El equipo de Televisa me hace hueco en un viejo chevrolet. El conductor es un jordano que acaba de cubrir la ruta pero en sentido contrario. Nada más partir empieza a dar cabezadas. Jorge Pliego, camarógrafo de raza, de la estirpe de Couso, me mira. No hace falta que nos dirijamos la palabra entre nosotros. Decimos al unisono al jordano que es mejor que descanse, que se vaya a la parte trasera a dormir. Jorge me pide que coja el volante. Lo hago. Quedan más de ocho horas de ruta. Y trago kilómetros y kilómetros al volante del chevrolet. Recordando el horror y deslumbrado por el paisaje. Pensando en lo cerca que están el cielo y el infierno. Tan cerca que en la antigua Mesopotamia, el Edén de la Biblia, a veces se confunden. Y parecen la mismo.

Alberto Masegosa

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