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En medio de la grave crisis asistencial y de insumos médicos que aqueja a Venezuela, la directiva del Hospital Clínico Universitario de Caracas rechazó un donativo de medicamentos y equipos para atender contingencias proveniente de la organización Médicos Sin Fronteras de España.

La información, que se ha propagado en las redes sociales, ha provocado una extendida ola de estupor e indignación.

Los directivos del Hospital Clínico, construido en las inmediaciones de la Universidad Central de Venezuela y uno de los de mayor tradición en el país, no explicaron sus motivos para rechazar el donativo. Lo que sí circulo profusamente fue la misiva en la cual declinan el ofrecimiento de la ONG.

Pablo Castillo, subdirector encargado, se dirige de forma lacónica al doctor Gustavo Benítez, jefe del Departamento de Cirugía, para comunicarle “muy cordialmente”, que “por decisión de la directiva, no se recibirán donaciones por parte de dicha organización”.

La escasez de medicamentos se ha constituido en uno de los problemas crónicos de mayor gravedad en los últimos cuatro años en Venezuela, permeando casi todo el debate público sobre el gobierno de Nicolás Maduro. La crisis ha provocado picos delicados, con consecuentes olas de alivio parcial y productos que reaparecen, siempre signados por la insuficiencia.

En los últimos años y meses ha sido común que escaseen en el país, entre otros, los medicamentos antihipertensivos, los fármacos para tratarse el Mal de Parkinson, reactivos para hematologías, un arco amplio de quimioterapias para tratar el cáncer y los tratamientos de diálisis para las dolencias renales.

Aunque la directiva del Hospital no ha querido explicar sus razones, periodistas, médicos y políticos dan por descontado que se debe a motivaciones políticas e ideológicas.

La crisis de las medicinas es una mácula dura de sobrellevar para el orgullo chavista. Durante los años de Hugo Chávez en el poder (1999-2013), el gobierno bolivariano hizo inversiones millonarias en el sector salud, que durante un tiempo tuvieron un considerable impacto social y electoral, con resultados aceptables en materia de cobertura.

Los “logros en el sector salud” formaron parte de una insistente campaña en la cual el oficialismo consolidó la impresión de haber logrado cotas irreversibles de mejora en materia asistencial.

La escasez de medicinas, como la de alimentos, se convirtió en un mal crónico una vez que Maduro asumió el poder. El gobierno decidió asumir el control de las importaciones en medio de un control cambiario que fue terreno fértil para la corrupción y generó una grave sangría de divisas.

Con el tiempo comenzaron a emerger historias de importaciones fantasmas, compra de equipos chatarra, desvío de recursos, sobreprecios y fraudes que salpicaron a varios conocidos ministros de Chávez, muchos de ellos militares. Los laboratorios nacionales e internacionales redujeron drásticamente su nómina, o cerraron sus puertas, en virtud de la escasez de divisas.

La jerarquía chavista ha prestado oídos sordos a las airadas protestas que con regularidad se presentan en el sector desde el 2014, y que han incluido a médicos, enfermeras y hasta los propios pacientes con sus familiares. Algunas de las protestas y concentraciones de la crisis política de 2017 fueron convocadas por trabajadores de la salud. Sus sueldos han sido triturados por la hiperinflación, y muchos han comenzado a emigrar a Chile y Colombia.

Negado de plano a reconocer el problema, cuyos detalles se omiten por completo en los medios de comunicación estatales, los dirigentes más conocidos del chavismo se expresan con desprecio hacia las organizaciones asistenciales internacionales y afirman en todo momento que la revolución ha consolidado un sistema de salud “incluyente y de calidad”.

Detrás de la fachada de la “ayuda humanitaria internacional”, afirma la militancia chavista, se organiza una conspiración para violentar la soberanía del país, e incluso invadirlo, apoyándose en excusas asistenciales.

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