Publicidad

Rodrigo Londoño, ‘Timochenko’, el pasado viernes en Bogotá. RAUL ARBOLEDA (AFP).

Fracturada, políticamente desactivada y aislada. La antigua guerrilla de las FARC dejó las armas hace un año y ya se sienta en el Congreso colombiano con 10 escaños garantizados por los acuerdos de paz, pero el partido nacido del grupo insurgente más antiguo de América acaba de cumplir su primer aniversario en medio de una profunda crisis. La cadena de errores estratégicos y el rechazo social tras más de medio siglo de conflicto armado han complicado su adaptación a las reglas de juego de la democracia, a lo que se suma el descontento de las bases por los retrasos en la aplicación de lo pactado en La Habana.

Aun sin mencionarlo abiertamente, ese texto alude al que en los últimos años fue el número dos de facto de la organización. Luciano Marín, Iván Márquez,negociador de los acuerdos, renunció en julio a tomar posesión como senador. Semanas después, prescindió de sus escoltas y ahora se encuentra en paradero desconocido, al igual que los exlíderes guerrilleros El Paisa, Romaña y el Zarco, lo que supone una circunstancia preocupante por el efecto que podría tener en algunos sectores de las bases. La formación también lanzó una advertencia a los grupos disidentes que siguen delinquiendo en algunas zonas rurales, en la práctica unas mafias de narcotraficantes: “Rechazamos de manera enfática el uso indebido de nuestros símbolos históricos […] por parte de grupos o personas ajenas por completo a nuestro partido. El partido FARC y su militancia nada tienen que ver con ellos ni con ninguna de sus actividades”.

Entre la imagen de la plaza Bolívar y el cónclave celebrado el pasado fin de semana se ha impuesto la realidad de la Colombia actual. En primer lugar, el casi nulo apoyo de los ciudadanos llevó al antiguo grupo insurgente a retirarse de la carrera presidencial. En las elecciones legislativas celebradas en marzo apenas logró 85.000 votos. “La valoración electoral, en lo fundamental, fue un desastre. Se dedicaron a las zonas urbanas donde los odian y las zonas rurales las dejaron abandonadas. Hubo una mala estrategia política, ausencia de dinero y desconocimiento de cómo se hace política. Ellos sabían hacer la guerra pero no la política”, opina Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación.

Este analista destaca también las fracturas internas de la organización, cuya cúpula se sentó en julio, por primera vez, en el banquillo de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). “Tienen unas divisiones profundas, hay varios sectores dentro del partido, el hecho de que Iván Márquez esté fuera es un golpe gravísimo. Es normal que los partidos estén divididos y con pujas internas, pero varios excomandantes no se hablan ni siquiera entre ellos”. A esa ruptura interna cabe añadir un esquema político que no conecta con los problemas reales de la mayoría de los colombianos. “Están todavía en la vieja lógica del Partido Comunista, la Casa de los Comunes por ciudades, las cédulas comunes por barrio. No han podido evolucionar de un Partido Comunista. Nadie dijo que fuera fácil, de un día para otro, pero su entrada a la democracia ha sido muy complicada”, resume Ávila.

 

 

Publicidad