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El Madrid empieza a manejarse en la crisis. Cuando la preocupación se convierte en obsesión es el momento de tumbarse en el diván. El gol del capitán del Alavés, Manu García, en el último segundo del descuento (minuto 95) disparó la obsesión y abrió una crisis de consecuencias imprevisibles. Abelardo y su manera de conducir el partido desde el banquillo desencadenaron una situación impensable hace algunas jornadas. El Alavés no le ganaba al Real Madrid en su casa desde 1931, cuando Albeniz le marcó dos goles al divino Ricardo Zamora. Y son ya cuatro partidos completos, seis horas y 49 minutos, sin marcar, la peor sequía desde 1985.

Al Real Madrid le ha llegado ese instante, tan temido como necesario, de pararse a reflexionar y darse cuenta definitivamente de que ya no está Cristiano, de que su poder intimidatorio se acabó, es historia, y tendrá que intentar remediar que cualquier equipo se le suba a la chepa cuando juega con un mínimo de sentido común. Lo hizo el Espanyol, el último equipo al que le marcó el conjunto blanco, que se las puso tiesas pese a la victoria blanca. Fue Asensio, que comenzó en Vitoria desde el banquillo, el que marcó el último gol conocido del Real Madrid. Lo hicieron el Sevilla, que le sacó los colores, el Atlético y el CSKA.

El gol se ha convertido en su obsesión después de que haya pasado una eternidad sin marcar. En Mendizorroza, el Alavés jugó con su ansiedad. El equipo de Abelardo se cerró con cremallera y el Madrid se estrelló. Nunca jugó cómodo. La victoria en el último minuto, que para el Alavés es gloria bendita, envía al gabinete del psicólogo al conjunto blanco.

Los equipos menores suelen acostumbrar a mimetizarse con el rival de mayor entidad. Se adaptan al medio, al ambiente, a la forma de jugar del poderoso. Con el Alavés sucede lo contrario. Consiguen los hombres de Abelardo que sea el oponente quien empiece a jugar como ellos, que olviden su forma de entender el fútbol y adopten la del equipo albiazul. Por eso los partidos del grupo vitoriano son rocosos, complicados de descifrar, como el jeroglífico de una pirámide egipcia.

 Eso es lo que se encontró el Real Madrid en Mendizorroza. Mantuvo su personalidad sólo unos minutos, que le sirvieron para encadenar tres aproximaciones a la portería de Pacheco, primero en un disparo de Benzema, que no inquietó demasiado al guardameta de la cantera madridista; después en una acción combinada entre Bale, Benzema y Ceballos que el portero sacó a córner; y en otro remate del francés…

En el resto de la primera parte, el Alavés impuso su guion, que se basa en el orden defensivo y en tejer una tela de araña en medio campo para enredar al contrario. Pina, Darko y Wakaso desordenaban al equipo de Lopetegui. Obligaba a Modric a bajar a recibir muy lejos, y a su equipo a tener que confiar demasiado en las galopadas de Odriozola por la derecha. Los mejores balones al área salieron de su bota. Delante, Dani Ceballos, pegado a la banda, no acababa de entrar en juego y Benzema y Bale parecían sumidos en la depresión. El partido se volvió plano por el empeño del Alavés y la confusión del Real Madrid.

En la segunda parte, el equipo vasco dio un paso atrás, pero no se puso nervioso. Lopetegui retiró a Benzema, con molestias, y sacó a Mariano, pero nada mejoró, a pesar de una primera aproximación suya en la que se regateó a sí mismo. El Real Madrid tenía que intentar profundizar por las bandas, pero el Alavés cerraba espacios. Odriozola ya no percutía tanto por su lado. La zona de Nacho era un solar. Ni siquiera la aparición de Asensio sirvió para dinamizar el ataque madridista. Pacheco no tuvo que emplearse a fondo ni una vez. Ni siquiera en la falta que ejecutó Bale, que había pedido el cambio por lesión, ya en el último tramo del partido.

Obsesionado por marcar, el Real Madrid comenzó a descuidar su retaguardia en acciones puntuales. Con Calleri agotado por su pelea con Sergio Ramos, el Alavés utilizó otras alternativas. La mejor ocasión del partido llegó en una contra de Jony, que encendió las alarmas. Se fue de su par tras un balón largo, y cruzó ante la salida de Courtois, que rozó la pelota. Cuando en el último instante, el mismo Jony provocó un córner, besó el balón, lo sacó al segundo palo para el toque de Sobrino, el desvío de Courtois y el remate final de Manu García, el Real Madrid ya estaba tumbado en el diván y Mendizorroza estallaba de júbilo. Había dejado de llover unos minutos antes, en el primer chaparrón sobre Vitoria desde hacía semanas, pero sobre Lopetegui se desencadenó la tormenta.

 

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