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Roma, 30 may (EFE).- José Mourinho es un entrenador único, su palmarés habla por él mismo: el luso tiene un récord de cinco victorias en cinco finales europeas, una marca al alcance de unos elegidos. Este miércoles, en Budapest, tiene el reto de mantener el porcentaje ante un rival irreductible en la Liga Europa, la competición que reina el conjunto hispalense con un pleno intachable de seis victorias en seis finales.

Pero si alguien es capaz de poder derrocar al rey en su terreno es Mourinho. Un entrenador que se mimetiza perfectamente con el ambiente del equipo al que entrena valiéndose de la conexión con el público, que descifra con facilidad los puntos débiles y las fortalezas de su plantilla y al que, sobre todo, no le tiembla el pulso para cambiar algo con el objetivo de acercarse a su objetivo.

“El único club con el que no siento un fuerte vínculo es el Tottenham, probablemente sea porque el estadio estaba vacío por el Covid. En todos los demás, siempre hubo esta relación fuerte, porque la gente no es tonta. No es cuestión de ganar, es cuestión de darlo todo. El aficionado percibe que trabajo y lucho cada día. Yo soy romanista, madridista e interista, porque es algo mutuo. Siempre estaré agradecido al Roma, como lo estoy a todos los clubes donde entrené”, dijo la semana pasada, orgulloso de su etapa en la Ciudad Eterna.

Con el Roma su trabajo está siendo impecable teniendo en cuenta las limitaciones de su equipo. Ha creado un equipo a su imagen y semejanza que ha brillado en competiciones europeas, siempre de menos a más. La conexión con la grada romanista es total. Se ha convertido en el emperador de un equipo que navegaba sin rumbo hasta su llegada y que ahora cuenta con un metal continental más y con la posibilidad de levantar otro. Todo en dos temporadas. Ha sido una perfecta revolución, un ejercicio de crecimiento mutuo con el que ambos han recuperado el gen competitivo, ese que pareció perder el setubalense tras una sombría época en Manchester.

Pero ahora el sol sale en Roma, donde ha reconocido abiertamente que es muy feliz, pero donde también ha dejado ciertas señales confusas sobre su futuro. Y es que aunque tiene contrato hasta 2024, este miércoles podría ser el último partido de Mou como ‘giallorosso’. La tarjeta roja que vio el pasado sábado ante el Fiorentina en la Serie A le impedirá estar en el último partido del campeonato doméstico, lo que evitaría una despedida, algo que no molestaría para nada a Mourinho. Ya en 2010, cuando levantó la ‘orejona’ con el Inter, antepuso su cabeza a su corazón y no formó parte de las celebraciones. Quiso irse directamente a Madrid.

Por tanto, la final de Budapest, que en un inicio se presentaba como un reto estrictamente futbolístico, esconde uno personal por detrás. Puede ser su sexta final ganada en Europa, sí; pero puede ser también un billete a la Liga de Campeones que ponga el colofón perfecto a su gran etapa en Roma. Puede ser su última victoria con la ‘Loba’ y, por tanto, su última gran gesta con un equipo de segunda línea, como ya hizo con el Oporto. Es una final que, para él, vale mucho más que una final. Un partido especial en el que también está en juego su legado, ya gigante, ese que pase lo que pase será siempre recordado en Roma.

Habrá que esperar a este miércoles para ver si Mourinho consigue levantar otro título, para ver si consigue el complicado reto que tiene frente a él. Un reto que va mucho más allá de lo futbolístico, ligado con su posible despedida de la capital italiana.

Tomás Frutos

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