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Las mujeres brasileñas son mayoría (53%) entre los candidatos a las elecciones presidenciales de octubre. Y son siempre las que más votan. Queriendo, ellas pueden decidir quién presidirá el país en uno de los momentos más difíciles y peligrosos después de la dictadura militar. La democracia, que muchos ven amenazada por el resurgimiento de una extrema derecha militarista y violenta, presidida por el capitán de reserva, Jair Bolsonaro, podría ser salvada gracias a las mujeres.

Siempre aposté por una solución positiva para este país, incluso cuando todo parecía ensombrecerse política y socialmente. Cuando, meses atrás, sonaban a luto las campanas de una abstención que alcanzaba el 40% del electorado, seguí creyendo que, al final, triunfaría la sensatez so pena de colocar al país ante un abismo con graves repercusiones económicas y morales que acaban golpeando siempre a los más frágiles. Quienes parecen hoy dispuestos a no votar o a anular el voto son ya cada vez menos y se acercan a los índices normales de las elecciones anteriores. Está venciendo el sentido de responsabilidad.

Acabadas las elecciones, cuya apuesta espero que sea en quienes defienden los valores mejores de esta sociedad que quiere vivir en paz, podremos constatar qué peso real tuvo el voto femenino contra los fantasmas de la intolerancia y el populismo. Las mujeres, al final, viven pegadas umbilicalmente a la vida real, al dolor de cada día. Son las víctimas mayores de la violencia dentro y fuera del hogar.

Un movimiento femenino contra el candidato que amenaza incendiar al país con la violencia y con nostalgias de golpes militares, es la mejor demostración de que la mujer, desde el Homo sapiens, sigue siendo la defensora de la vida que se engendra en ella. De la vida y de los valores de la libertad y de la religión como motor de liberación contra la tiranía de los ídolos. Gea, la primera divinidad de la Historia, fue mujer. Era la diosa de la Tierra y de la fecundidad. Mientras los hombres peleaban en las guerras, las mujeres cultivaban la vida.

La mujer, a pesar de haber sido estigmatizada con el sello de la fragilidad, como se está viendo con la candidata negra Marina Silva, siempre se ha revelado más fuerte que el varón, sobretodo en las horas del dolor y de las derrotas. Ello a pesar de que los hombres, que probablemente dominaron hasta el lenguaje, tiñeron de femenino todos los sustantivos que se refieren a la violencia. Así, hicieron femenina a la guerra. Femeninas son las batallas, las armas, las balas, la bomba atómica. Hasta las flechas envenenadas de los indígenas son femeninas. Y la pólvora. Son femeninas la pobreza, la esclavitud y la derrota. El valor, el coraje y el orgullo los reservaron para ellos los hombres. Son masculinos. Y sin embargo, en los lagos de lo femenino, es donde se reproducen los conceptos más nobles de la Humanidad como lo son la paz y la esperanza junto con la creatividad, el arte y la cultura. Femenina es la vida. Lo son las manos que curan, abrazan y alimentan. La luz es mujer, así como la poesía.

El mundo se oscureció cuando los hombres masculinizaron a los dioses que se volvieron violentos. La religión fue siempre femenina hasta que alguien la convirtió en instrumento de poder y prevaricación en contra de los más frágiles. La política es femenina, así como la democracia. Y en Brasil, podrán ser las mujeres quienes devolverán la ilusión a esta sociedad amargada e irritada. La libertad, al igual que la igualdad, son profundamente femeninas y las mujeres brasileñas están luchando para que no acaben profanadas en las garras de la intolerancia, que es la bandera de todos los hambrientos y sedientos de violencia.

 

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