Publicidad

Lima, 1 jun (EFE).- Pocos de los millones de peruanos que este domingo votarán por Keiko Fujimori lo harán con gusto por la candidata, señalada como ejemplo paradigmático de todas las malas prácticas de la política en Perú reconvertida ahora en la esperanza para salvar el “modelo” económico y social instaurado por su padre.

En pocos lugares sería viable que una candidata acusada de los delitos de organización criminal y lavado de activos por los que la fiscalía pide 30 años de prisión, y que está a las puertas de un juicio que solo evitará si accede a la presidencia y obtiene inmunidad legal, esté cerca de ganar una elección democrática.

Menos aún si esa candidata pasó más de un año en prisión (octubre 2018- mayo 2020) ante el temor de la Justicia de que interfiriera con sus redes políticas en las investigaciones que se siguen en su contra.

Haber tenido responsabilidad directa en la crisis institucional y política que Perú vivió durante el último lustro fruto de la labor desestabilizadora y obstruccionista que el partido Fuerza Popular hizo desde el Congreso bajo su férrea dirección no es tampoco una buena carta de presentación.

Ni ayuda que casi nadie, según las encuestas, confíe en su palabra.

O que reivindique sin fisuras el gobierno autoritario y fruto de un golpe de Estado de su padre, Alberto Fujimori (1990-2000), quien instaló al país en un sumidero de prácticas corruptas del que todavía no ha salido.

O que niegue las violaciones a los Derechos Humanos por las que su progenitor fue condenado y todavía es juzgado -asesinatos, esterilizaciones forzadas, entre otros-.

O incluso que apoyara a su padre pese a que éste ordenó secuestrar y torturar a su madre, o que tendiera una trampa política a su hermano Kenji, por la que puede ir a prisión.

Y sin embargo, Fujimori, en un tributo a su resilencia política y a la particular situación en la que se encuentra el país, asolado por el covid, inmerso en una acuciante crisis económica y con una población agotada y enardecida por los fracasos de su clase política, cuenta con opciones reales de asumir la presidencia tras los fracasos que protagonizó en 2011 y 2016.

VETERANA

Fujimori, de 45 años, y con estudios universitarios de administración de empresas en EE.UU, es una ilustre veterana de la política de país, en cuyo centro ha vivido desde pequeña.

Es también consciente del hecho de que su mayor rival para la presidencia – qué disputa con el candidato izquierdista Pedro Castillo – es ella misma.

Articulada en los experimentados cuadros de Fuerza Popular y respaldada de forma unánime y sin contrapesos por toda la derecha económica y social y por la gran mayoría de los medios de comunicación, en esta segunda vuelta Fujimori no pide votar por ella. Pide votar por el Perú y contra el “comunismo”.

La conspicua K mayúscula naranja que ha sido su lema desde hace años se transformó en una camiseta de la selección peruana y su único programa claro es “la defensa del modelo económico” ante Castillo, que propone una transformación completa del sistema instaurado por Fujimori padre en 1993.

A ese coro es al que se han unido muchos peruanos, incluido su antiguo “archienemigo” Mario Vargas Llosa, quien ahora ve menos peligro en esta superviviente política que en el maestro rural que también aspira a la presidencia.

En esta pugna, el pasado turbio de Fujimori ha dejado de existir y promesas como respetar el Estado de Derecho, los derechos humanos y no interferir en las investigaciones que se siguen en su contra, son dignas de toda confianza.

POPULISMO

Keiko está casada con el estadounidense Mark Vito, uno de sus mayores sostenes públicos y sobre el que pesa también una investigación por delitos de corrupción, y es madre de dos niñas de 11 y 13 años.

Su perfil familiar cobró mayor relevancia durante su paso por prisión entre 2018 y 2020, de donde salió haciendo aún más hincapié en tesis del cristianismo evangélico conservador, hostil a las políticas con enfoque de género, a la educación sexual en las escuelas y a la ampliación de derechos para las minorías sexuales.

Pese a su defensa del “modelo”, Fujimori tampoco ha dudado en lanzar propuestas económicas claramente populistas para multiplicar dádivas o entregar directamente a la población parte del canon minero, medidas que hasta hace bien poco todo el “statu quo” económico que ahora la apoya hubiera tildado, paradójicamente, de radicales, “comunistas” y peligrosas.

Fujimori también prometió terminar con el confinamientos para controlar el covid y que levantaría las cuarentenas para facilitar la recuperación de la economía y la reactivación de todas las actividades productivas.

Publicidad