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Toronto (Canadá), 30 jun (EFE).- Una de las juezas más influyentes en las últimas décadas del Tribunal Supremo de Canadá, Rosalie Abella, se jubila el 1 de julio tras cumplir 75 años, después de una carrera marcada por su sensibilidad hacia los más débiles.

Hija de refugiados que sobrevivieron el Holocausto, Abella es la primera mujer judía que llegó a la corte de mayor instancia del país.

Comparada con la fallecida Ruth Bader Ginsburg -la jueza estadounidense que durante años fue una de los magistrados más icónicos del Tribunal Supremo de EE.UU.-, Abella será sustituida por Mahmud Jamal, quien también hará historia por ser el primer hombre de color y musulmán que se sienta en la corte canadiense.

Al igual que Abella, Jamal, que hasta ahora ha sido juez del Tribunal de Apelaciones de la provincia de Ontario, no nació en Canadá, sino en Nairobi, en 1967, y se trasladó con su familia al Reino Unido dos años después, antes de llegar en 1981 a Canadá.

SUPERVIVIENTES DEL HOLOCAUSTO

La elección de Jamal por parte del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, es un claro mensaje de continuidad y homenaje a Abella, que el 1 de julio cumple 75 años y tiene que retirarse al llegar a la edad de jubilación obligatoria en el Supremo de Canadá.

La jueza nació en un campo de refugiados en Stuttgart (Alemania) en 1946: Su padre, de origen polaco, sobrevivió los horrores del campo de concentración de Theresienstadt, mientras que su madre fue rescatada del campo de concentración de Buchenwald. La hermana mayor de Abella murió en el Holocausto.

En 1950, la familia consiguió emigrar a Canadá, pero el padre no pudo practicar su profesión, la abogacía, porque no era ciudadano canadiense.

Abella explicó en 2018 que decidió cuando era niña hacerse abogada cuando oyó la historia de su progenitor, que tuvo que trabajar como agente de seguros durante veinte años al no ser ciudadano de Canadá.

En 1972 la mujer se convirtió en abogada y, cuatro años más tarde, con 29 años, llegaba a ser la persona más joven nombrada juez en la historia del país. Su padre murió cuatro meses antes de que se convirtiese en abogada, sin poder ver cumplido su sueño, lo que Abella recordó con lágrimas cuando en 2018 presidió una ceremonia de ciudadanía para emigrantes llegados a Canadá.

JUEZA DE FAMILIA

Su sensibilidad hacia los más débiles es lo que ha marcado su paso no solo por el Supremo canadiense, sino también por los distintos cargos que ocupó con anterioridad, y lo que cimentó un legado que durará décadas.

En una reciente entrevista en la radiotelevisión pública canadiense, CBC, Abella reconoció que en su primer destino como jueza en el Tribunal de Familias de Ontario aprendió como impartir Justicia.

“Me enseñó a escuchar, a aprender, a no imponer mi vida y mis puntos de vista sobre la gente que estaba ante mí. A intentar descubrir como la ley encaja en sus vidas de forma que, al menos, no la hacía peor”, añadió.

Antes de llegar al Supremo en 2004, fue nombrada en 1984 como la única responsable de la Comisión Real sobre Igualdad en el Empleo. Fue en ese contexto que Abella acuñó el concepto de “igualdad de empleo”, por el que se tienen que eliminar las barreras que discriminan a mujeres, minorías y personas con discapacidades.

Su trabajo en la comisión fue tan transcendental, que cinco años después, el Tribunal Supremo adoptó sus teorías legales sobre igualdad y discriminación.

Abella explicó a la cadena CBC que la clave de su trabajo fue darse cuenta de que “el objetivo no es aspirar a la igualdad absoluta”, ya que, agregó, nunca se puede llegar a eso, sino reducir la desigualdad con el tiempo.

Una vez en el Supremo, Abella aplicó esos conceptos a su labor. Quizás, una de las decisiones más trascendentales que tomó fue en 2015 cuando un joven refugiado tamil que huyó de Sri Lanka cuando tenía 16 años recurrió la orden de deportación aprobada por varios tribunales canadienses.

Canadá negó a Jeyakannan Kanthasamy permanecer en su territorio por razones “humanitarias y de compasión”, porque no había probado que el trauma causado por la violencia policial que sufrió en su país no podía ser tratada en Sri Lanka.

Cuando el caso llegó al Supremo, Abella firmó una sentencia que definió el concepto de compasión en la ley migratoria de Canadá y dejó claro que un menor nunca debe probar que ha padecido “un sufrimiento inmerecido” porque los niños no se merecen ningún tipo de sufrimiento.

La sentencia, que contó con el apoyo de cinco jueces del Supremo y el voto negativo de los dos restantes, finalmente permitió a Kanthasamy y a otros menores en similar circunstancias refugiarse en Canadá.

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