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Donald Trump prometió a su electorado que pondría a raya a China. Y, a su manera, lo está haciendo. En apenas tres meses, el presidente de Estados Unidos ha dado la orden de activar aranceles a importaciones de bienes chinos por un valor total de 250.000 millones de dólares, la mitad de todos los productos chinos que cruzaron la frontera el año pasado. El magnate republicano amenaza, además, con ir a la confrontación total si no hay un cambio de actitud por parte de Pekín. Pero ni en Wall Street ni en Main Street se entiende bien el objetivo del presidente, que se niega a dar el brazo a torcer a pesar de los evidentes daños colaterales de su estrategia.

Trump, consciente del complejo puzle político que tiene por delante, trató este martes de responsabilizar a China –tras el anuncio de represalias–, a la que acusó de tratar de “impactar” y “cambiar” el curso de los comicios estadounidenses al dirigir su respuesta hacia las regiones en las que los republicanos exhiben mayor vulnerabilidad. “Lo que no entienden es que estas personas son grandes patriotas”, dijo refiriéndose a los agricultores y empleados de las industrias más afectadas. Es exactamente la misma táctica que siguieron México y Canadá cuando la Casa Blanca incluyó a ambos países en la lista de exportadores de acero y aluminio gravados.

David Wessel, de la Brookings Institution, tiene claro que Trump busca “crédito entre sus electores”. La Casa Blanca parte de la premisa de que la fortaleza de la economía, junto a la rebaja de impuestos, le dan margen para asumir este riesgo. En paralelo, para compensar daños, movilizó un plan de ayudas a los agricultores más afectados por las represalias chinas, especialmente los productores de soja, para así garantizarse su lealtad en las elecciones.

Wall Street se toma, entretanto, la situación con bastante calma. El principal índice de la Bolsa de Nueva York, el S&P 500, cerró la sesión de este martes con una subida ligeramente superior al medio punto porcentual, ajeno a la escalada comercial entre las dos mayores economías del planeta. La Casa Blanca, dicen en el parqué, lleva tiempo telegrafiando esta nueva maniobra, que interpretan como una táctica para que Pekín vuelva lo antes posible a la negociación. “Es posible que lleguemos a un acuerdo en algún momento”, dice Trump, “estamos siempre abiertos a hablar”.

El secretario de Comercio de EE UU, Wilbur Ross, saltó rápidamente a la palestra para decir que los aranceles no son el fin y explicar que la elección de los productos sometidos a aranceles se hizo “para que no sean intrusivos en el consumidor”. De la lista final activada se cayeron finalmente 297 grupos de productos, entre ellos los relojes inteligentes de Fitbit y Apple, y los auriculares inalámbricos. Lo que no aún no son capaces de medir los analistas es lo que ocurrirá si China va más allá de los aranceles y opta por devaluar más su moneda para defenderse.

Tim Cook, el consejero delegado del gigante de la manzana, lleva tiempo tratando de hacer ver a Trump que el comercio -como dictan los cánones de la economía contemporánea- es positivo para las dos partes. En el caso de Apple, los analistas de la agencia de calificación de riesgos Moody’s creen que la guerra comercial le afecta en dos sentidos: por el impacto en la cadena de suministro que le permite fabricar sus productos en China y por los sobrecostes que le encarecen el precio final y que pueden dañar sus ahora abultados márgenes.

Multinacionales golpeadas

Algo similar le ocurre a otras multinacionales como Harley-Davidson, Whirpool, Intel o Campbell Soup, que ya están ajustando a la baja sus previsiones de negocio para la segunda mitad del ejercicio en anticipación a los sobrecostes derivados del litigio comercial. El efecto de los aranceles chinos se suma, además, a las medidas restrictivas impuestas al acero y el aluminio o las lavadoras.

La firma especializada en el análisis de intercambios comerciales Panjiva explica que el impacto de los aranceles dependerá de hasta qué punto las corporaciones puedan encontrar una cadena de suministro alternativa. Los productos de consumo más expuestos, añaden, son los electrodomésticos, con el 59% del producto final importado de China. En el caso de los ordenadores, esa cifra asciende al 70%.

Fred Smith, consejero delegado de Fedex, es uno de los ejecutivos que mejor conoce cómo se tejen las relaciones comerciales. La historia, dice, “es muy clara”: “El mercantilismo no funciona”, reiteraba este lunes durante la conferencia con analistas posterior a la presentación de resultados. “Hay un ejemplo tras otro que lo demuestra”, agrega. Las economías más prósperas, “son las más abiertas”.

Shane Oliver, economista jefe de AMP Capital, incide en la necesidad de aportar contexto a los aranceles. Con la entrada en vigor de la segunda fase, el 12% de los productos que importa Estados Unidos experimentarán un incremento en los aranceles. Y el aumento promedio, añade, será del 1,6% para el conjunto de la cesta, una cifra que califica de “asumible”. Terry Chan, analista de Standard & Poor’s, ve las cosas desde una perspectiva global: la confrontación comercial, apunta, afectará a la confianza y lastrará el crecimiento global. “Empezamos a escuchar los crujidos”, comentan desde RBC Capital.

 

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