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Gonzalo Sánchez

Roma, 14 ene (EFE).- A sus 85 años, el tres veces primer ministro italiano Silvio Berlusconi juega sus cartas para conquistar su última y mayor ambición –ser elegido jefe de Estado– rascando en secreto y por teléfono apoyos entre los partidos políticos y desplegando toda una ofensiva mediática.

Su intención, nunca oficializada pero sí evocada sutilmente, era vista hasta hace poco casi como una broma, como la última ocurrencia de un anciano en su ocaso político, pero Berlusconi no se rinde y hoy reunirá a sus socios para que cierren filas en torno a él.

El próximo 24 de enero el Parlamento italiano se congregará en sesión conjunta –630 diputados, 320 senadores y 58 delegados regionales– para elegir al sustituto del actual presidente de la República, Sergio Mattarella, para los próximos siete años.

Y todos los esfuerzos del magnate, que parece haber dejado atrás sus achaques cardíacos, van dirigidos a sumar los votos que le permitan ganar esta votación y mudarse al Palacio del Quirinal, sede de la Presidencia.

“Su candidatura existe y es muy seria. Sé de parlamentarios, algunos de nuestro grupo, que recibieron una llamada de Berlusconi”, alertó recientemente Enrico Letta, líder del Partido Demócrata (PD), el principal del centroizquierda del país.

LOS NÚMEROS PARA UN SUEÑO

La elección del presidente suele derivar cada septenio en una dura pugna política que solo se arregla acercando posturas entre derecha e izquierda, pues requiere el voto de dos tercios del hemiciclo o mayoría absoluta desde el cuarto escrutinio, números que ningún bloque tiene actualmente por sí solo.

Berlusconi, con un historial repleto de escándalos, desmanes y sentencias, es consciente de que su eventual postulación no será bien recibida por sus rivales, el PD y el Movimiento 5 Estrellas (M5S), entre otros.

Pero sabe que puede contar con un buen puñado de votos de sus socios de coalición: los ultraderechistas Matteo Salvini y Giorgia Meloni, líderes de la Liga y Hermanos de Italia, respectivamente, y otras pequeñas formaciones conservadoras.

Sus posibilidades cobrarían algún sentido desde el cuarto escrutinio, cuando bastará la mayoría absoluta del Parlamento para elegir al jefe del Estado, es decir, 505 votos de los 1.008 “grandes electores” convocados.

Sobre el papel suma alrededor de 450 votos: los 127 parlamentarios de su partido, Forza Italia; otros 197 de la Liga, 68 de los de Meloni, algunas decenas de grupúsculos centristas y conservadores y 33 delegados regionales. Esto siempre y cuando no le traicionen, un extremo que nunca debe excluirse en la política italiana.

AL TELÉFONO EN BUSCA DE APOYOS

Como le faltan votos, Berlusconi está telefoneando a diputados y senadores de otros signos políticos desde su mansión romana, Villa Grande, para tratar de sumarles a su causa y obtener su apoyo, tal y como avisó Letta. Y para ello cuenta con la ayuda del diputado e historiador del arte Vittorio Sgarbi, según ha reconocido él mismo.

Pero el político sabe que en el Parlamento italiano siempre hay un estanque donde pescar: el heterogéneo Grupo Mixto, donde van a parar las pequeñas formaciones sin bancada pero también los incontables tránsfugas que pululan en el Legislativo.

El Grupo reúne a 48 senadores y 65 diputados y muchos de ellos se quedarían sin pensión si se adelantan elecciones, algo que podría ocurrir si se elige presidente al otro gran nombre que suena, el primer ministro, Mario Draghi.

Una de las “agraciadas” con la llamada de Berlusconi ha sido la senadora Bianca Laura Granato, que entró en el Mixto tras abandonar el M5S y que ha contado en la radio pública cómo que el magnate la sondeó desde el otro lado de la línea.

UNA CAMPAÑA MEDIÁTICA

Pero el aspirante también está recurriendo a su emporio mediático y el pasado jueves su periódico, “Il Giornale”, publicó una página titulada “¿Quién es Silvio Berlusconi?” para recordar sus supuestos logros empresariales y políticos.

La ristra de elogios empezaba asegurando que es “una persona buena y generosa”, “padre de cinco hijos y abuelo de quince nietos”, “amigo de todos y enemigo de nadie” y “uno de los mayores contribuyentes de Italia” por su galaxia empresarial.

Para pasar a “logros” menos mundanos: “fundador del centroderecha liberal, cristiano y europeísta”, un “héroe de la libertad” y su preferido, el que suele manejar cada vez que puede: que se le recuerda ni más ni menos como el encargado de acabar con la Guerra Fría reuniendo en 2002 al entonces presidente de EEUU, George W. Bush, y al ruso Vladimir Putin, su amigo.

“Por lo tanto, ¿quién mejor que él?”, concluía el rotativo, redondeando un sueño con el que el “caimán”, el político más polémico de la historia democrática del país, quiere coronar su vida y obra, consciente de que es su última posibilidad, pues para el próximo cónclave presidencial tendría ya 92 años si la vida se lo permite. EFE

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(foto)

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