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Roma, 18 abr (EFE).- Una jugada maradoniana del luso Rafael Leao dejó la eliminatoria prácticamente vista para sentencia. Mientras toda un pueblo esperaba que fuera el georgiano Khvicha Kvaratskhelia el que tuviera el honor de emular al Dios de la ciudad sureña, fue su rival el que le hizo homenaje en el estadio que lleva su nombre.

Fue un gran partido del extremo goergiano en la que era una de sus primeras grandes noches europeas. Estuvo a la altura del reto y de las circunstancias. Encaró el envite con la naturalidad de unos pocos privilegiados a los que en este tipo de situaciones no le pesan las piernas, pero él solo no pudo contra el muro y la historia milanista, esa que se interpuso en el sueño napolitano. Fue demasiado para el jugador apodado ‘Kvaradona’.

Lo más productivo del Nápoles llegó desde sus botas. No cesó en su empeño de regatear a un grandísimo Calabria pero, en las contadas ocasiones en las que lo consiguió con claridad, se topó con el siguiente nivel de la zaga.

Una noche que, por si fuera poco amarga con la eliminación, quedará empañada por el error desde los once metros a pocos minutos del final que pudo haber cambiado la historia. No fue una noche consagratoria la suya, pero está por el camino correcto para lograr una.

Sí que lo fue, en cambio, para un Leao al que parece que siempre se le exige más. Quizá por su aparente chulería a la hora de caminar. Quizá por su altanería en determinadas ocasiones.

Pero lo cierto es que esta noche fue el claro culpable de que el Milan se reencontrara con su propia historia en la Liga de Campeones, esa competición que ha levantado en siete ocasiones pero en la que llevaba sin alcanzar las semifinales desde 2007, hace dieciséis años.

Y lo consiguió a lo grande. Como a él le suele gustar. Ya rubricó una gran actuación en la vuelta de octavos ante el Tottenham, pero no a la altura de esta en los cuartos, en la que fabricó el tanto crucial que dio el pase a las semis. Sumado a la asistencia que dio en la ida, se convierte la suya en una eliminatoria casi perfecta a la que solo le faltó ver puerta.

Pero esta fue una de esas ocasiones en la que el que marcó el gol, el francés Olivier Giroud, no fue el que se llevó los abrazos de sus compañeros. Es más, casi la totalidad se fueron a celebrarlo con un Leao que, como si nada, había hecho una de las jugadas de la temporada.

Un mal control en la zona de tres cuartos napolitana fue el detonante de todo. A 65 metros de la puerta contraria. Casi nada. Pero Leao, según recogió el balón suelto, lo tuvo claro.

Dos zancadas y se quitó a Ndombele. Otras dos y Di Lorenzo estaba atrás. Dos más y Rrahmani estaba en el suelo neutralizado. Tres rivales en pocos segundos, movimiento solo a la altura de unos elegidos. En área rival tuvo, además, la calma y la clarividencia para elegir bien y ceder a un Giroud que no tuvo nada más que empujarla.

Leao fue por unos segundos aquel argentino con el 10 a la espalda que dominó el fútbol mundial desde Italia. El actual Dios de Nápoles. Pero lo hizo, para desazón de los ‘tifosi’ partenopeos, con la camiseta del Milan.

Tomás Frutos

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