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Por : Jorge Valdano, El Pais  

Si no te lo crees, no vale

Esperábamos el gol que sacara al Madrid de su sequía y lo que festejaba la hinchada del glorioso Deportivo Alavés era el empate. Por esa razón, el gol de Manu en el minuto 95 fue como un tiro en una iglesia. Al novelista inigualable que habita dentro del fútbol le gusta ponerlo todo patas arriba. El Madrid estaba en observación y cuando el Alavés marcó el gol, se me cayó en el comentario la palabra tragedia. Esas exageraciones dejan sin adjetivos a los periodistas de sucesos para describir sus catástrofes. Pero cualquier juego solo tiene sentido si lo ocupa todo durante un rato. Si le ocurre al jugador, estará concentrado al máximo; si le ocurre al hincha, se estará olvidando de la vida que dejó fuera del estadio; si le ocurre al comentarista, se tiene que dejar arrastrar por esta maravillosa ficción. Al terminar el partido me crucé con Lopetegui y Florentino y al verles la cara pensé: “A la mierda los de sucesos: esto es una tragedia”.

Del entrenador al presidente

En primer lugar, el Madrid tuvo una posesión superior al 70%, pero ese dato solo refleja un trámite administrativo. Fue un fútbol barroco que dio vueltas sobre sí mismo sin que nadie rompiera la monotonía. La falta de confianza asfixia el atrevimiento, que es la espita que libera el talento. El equipo corre, lucha, insiste… pero del Madrid uno espera inspiración y no virtudes de equipos pobres. El segundo gran problema es la falta de puntería… a la hora de acudir al mercado para compensar la pérdida del mayor goleador de la historia del club. El del goleador es un talento tan específico como el del portero. Fruto de una aleación de astucia y ambición tan escondido en el instinto que lo indefinimos con palabras como olfato o sexto sentido. Lopetegui tiene que encontrar la confianza y Florentino el especialista.

Convencer a los convencidos

Para reducir las diferencias y no cansar, diré que a Setién le gusta tener la pelota y a Simeone adueñarse de los espacios. Diferentes estilos defendidos por tipos convencidos, que llevan sus ideas al campo sin confrontarlas en rueda de prensa. Hacen bien. Fortalecer lo propio es legítimo y Simeone lo hizo antes del partido frente al Betis aludiendo a la selección francesa: “Los equipos, a partir del Mundial, interpretaron que hay otra forma de jugar, donde desde el resguardo defensivo se crece ofensivamente”. Yo soy de otra escuela y le reprocho a Francia que haya ganado con la ley del mínimo riesgo teniendo grandísimos jugadores. El Atlético le ganó al Betis y eso reforzó a Simeone, porque el resultado no es opinable. Mi gusto tampoco, así que yo sigo admirándole, pero desde la otra acera.

Larga vida al ‘tiqui-taca’

Los Mundiales son un punto y aparte. Se retiran jugadores, se cambian entrenadores y las selecciones vuelven a una fase experimental que produce curiosidad, pero no pasión. Como si los motores se hubieran enfriado. Cuando los partidos interrumpen campeonatos en marcha, hay algo de intrusismo que aleja aún más el interés del aficionado. Luis Enrique es la excepción: entró a la selección inyectando ideas, entusiasmo y triunfos convincentes ante Inglaterra y Croacia, selecciones a las que Rusia fortaleció. En cambio, la selección española de los 1.000 pases al pie que vimos en Moscú desató alarmas que comprometieron la credibilidad del tiqui-taca. Las grandes soluciones son las más simples. Bastó con un poco de energía, mezclar el pase al pie con los pases al espacio y liberar el talento arriba para que aquello que parecía muerto, renaciera.

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