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LIMA, 14 Nov.- (AP) — La universitaria Yessenia Medina no podía concentrarse en sus clases virtuales por pensar en la crisis de Perú.

Antes del lunes pasado nunca se había indignado por un asunto político, pero entonces se enteró por Facebook que el Congreso destituyó al presidente Martin Vizcarra y por la noche quiso salir a protestar a la plaza más importante de la capital. Sin embargo, por la distancia que separa a su casa del sitio de la protesta tuvo que esperar hasta el jueves para unirse junto a su madre a varios miles de peruanos en una de las marchas más concurridas de los últimos 20 años.

“Lo destituyeron por sus intereses propios más que por los del pueblo”, dijo Yessenia, de 23 años, a The Associated Press mientras escribía con plumón rojo sobre una cartulina. “No nos van a callar, hijos de puta. El Perú despertó”, agregó la estudiante de Psicología de la Universidad Peruana Ciencias Aplicadas.

Desde el lunes, cuando Vizcarra fue destituido, los jóvenes peruanos, usualmente apáticos con la política, realizan protestas diarias en todo el territorio contra el gobierno del nuevo mandatario Manuel Merino, quien se ha convertido en uno de los políticos más impopulares del país, tras haber orquestado la destitución de Vizcarra cuando era presidente del Parlamento.

Vizcarra fue acusado sin pruebas concluyentes de recibir más de 630.000 dólares en coimas hace seis años, cuando era gobernador regional. Aunque muchos peruanos piensan que debe ser investigado y eventualmente sancionado, opinan que se le debió permitir concluir su mandato hasta julio de 2021.

En contraste, no todos piensan que Vizcarra es un paladín en la lucha anticorrupción. Merino lo comparó con un “ladrón” y en una entrevista el jueves a la colombiana W Radio dijo que la destitución fue un “acto de responsabilidad absoluta”.

“Es como decir tengo al ladrón en casa y dejémoslo que termine para después apresarlo”, indicó.

Un manifestante opuesto a la remoción del presidente Martín Vizcarra sostiene una pancarta en la que se lee “Si no es hoy cuándo”, en Lima, Perú, el jueves 12 de noviembre de 2020. (AP Foto/Rodrigo Abd)

A su vez, un grupo de medio centenar de abogados, políticos conservadores y militares retirados emitió tras la destitución una carta abierta en la que saludó al nuevo mandatario y rechazó que califiquen la vacancia como un “golpe de Estado”. También envió un mensaje a la comunidad internacional informando que “el sistema constitucional” peruano “ha funcionado y ha fortalecido nuestra democracia”.

La policía ha reprimido con dureza las protestas de quienes sí rechazan la salida de Vizcarra arrojando gases lacrimógenos, perdigones y varazos. Algunos manifestantes han respondido arrojando piedras y apuntando a los agentes con punteros laser color verde, como en las manifestaciones recientes en Chile y Hong Kong.

Las marchas son las primeras en ocurrir tras una atenuación de las infecciones por el nuevo coronavirus. Los contagios convirtieron a Perú en uno de los países con los mayores números de muertes per cápita del mundo y han sumido a la economía en una recesión con una proyección de pérdida en 2020 de 14 puntos del Producto Interno Bruto, según el Fondo Monetario Internacional.

Miles de jóvenes con mascarillas y algunos con protectores faciales se lanzaron a las calles y gritaban “¡Merino, escucha, el pueblo te repudia!”, cargaban bocinas y levantaban carteles con frases como “Merino te metiste con la generación equivocada”.

Una de las peruanas que portaba un cartel con ese mensaje era Lizbeth Obregón, estudiante de administración bancaria de 22 años, quien dijo que no marcha por Vizcarra, sino por “la independencia de poderes” y que le preocupa que Merino “dirija con sus amigos” no sólo la presidencia, sino también el Congreso.

Lizbeth dice que lloró cuando vio por la televisión —en la sala familiar— cómo Merino dirigió el proceso de destitución de Vizcarra. “Mi papá me decía que siempre ha sido así, que el país está tomado por las ratas, pero yo creo que somos una generación que no tiene miedo”.

A diferencia de Yessenia, Lizbeth vive a pocas cuadras del centro histórico de la capital, en una zona colonial llamada Barrios Altos, por lo que protesta desde el lunes.

Un manifestante corre del gas lacrimógeno lanzado por la policía frente al Palacio de Justicia en Lima, Perú, el jueves 12 de noviembre de 2020. (AP Foto/Rodrigo Abd)

Perú es el único país de las Américas que tiene a todos sus expresidentes de los últimos 35 años manchados en asuntos de corrupción. Uno de ellos, Alan García (2006-2011), se suicidó en 2019 para evitar que la policía lo apresara por sus nexos con la constructora brasileña Odebrecht. Otro, Alberto Fujimori (1990-2000), está preso con tres sentencias por corrupción y otra más por el asesinato de 25 peruanos, entre ellos, nueve jóvenes universitarios y un niño de ocho años.

García ya había sido presidente populista entre 1985 y 1990 y dejó al país con una inflación de 397% el último mes de su mandato. Lizbeth dice que, por sus estudios, recuerda muy bien esa cifra. “Gente irresponsable no puede llegar al poder”, dijo.

Entre los dibujos que los jóvenes mostraban más en sus carteles abundaban los retratos de roedores con trajes y corbatas. También de ratas recibiendo puñetazos en la cara, enjauladas, comiendo un queso u oliendo con una pícara sonrisa un gordo fajo de dólares.

“Las ratas son los políticos, los congresistas, los presidentes, ése es el animal para representarlos en el Perú”, explicó Janeth Benítez, una estudiante de fotografía que llevaba un cartel que decía “ni de izquierda, ni de derecha, soy de los de abajo y voy por los de arriba”.

La joven de 23 años asistió con su madre, Ofelia Mena, una ama de casa de 51 años que protestó llevando una sartén y un cucharón de aluminio. La mujer, que usaba espejuelos como su hija, comentó que al ver a tantos jóvenes con sus carteles sintió ganas de llorar. “Ellos no están ciegos, están viendo, sintiendo todo lo que uno mayor ya ha sentido”, dijo.

Ofelia recordó que los jóvenes también protestaron durante la década de Fujimori, pero que la protesta fue criminalizada y muchos fueron acusados de forma injusta de ser miembros de Sendero Luminoso, un movimiento terrorista que causó miles de muertes y desprestigió la protesta legítima.

Los expertos dicen que las manifestaciones y la respuesta con mano dura de la policía son una clara señal de que Merino tendrá dificultades para gobernar. Pocos países han felicitado al nuevo líder y muchos le piden que mantenga las elecciones presidenciales previstas para abril.

Las protestas se producen un año después de una ola de manifestaciones que han sacudido América Latina. En Ecuador, Colombia, Chile y otros lugares la gente también salió a las calles para protestar contra sus gobiernos y exigir mejores condiciones para la clase trabajadora. Al igual que en esos países, las manifestaciones de Perú están organizadas de manera poco rigurosa, impulsadas por avisos publicados en las redes sociales y alimentadas por las demandas de los jóvenes.

Carlos Fernández, profesor de ciencia política de la universidad jesuita Antonio Ruiz de Montoya, dijo que los jóvenes peruanos “se identifican con el movimiento anticorrupción” y “están en las calles presionando”. Afirmó que son audaces y recordó cómo apenas iniciado el gobierno de Merino un joven golpeó en la cara al legislador Ricardo Burga, muy cercano al nuevo presidente. “Ese es el aviso de la juventud…es el aviso, de ‘toma, esto te espera’”.

El jueves la policía antimotines formó una barrera para impedir que los manifestantes llegaran hasta el Parlamento y el palacio presidencial. Los manifestantes gritaban “¡Merino cobarde, la concha de tu madre!” y de pronto unos cuantos comenzaron a arrojar botellas de plástico y piedras a los policías.

Eso fue suficiente para que los uniformados comenzaran a disparar decenas de bombas lacrimógenas y perdigones. Dos manifestantes recibieron disparos de armas de fuego y otro recibió un perdigón en el ojo izquierdo. Los tres son menores de 27 años. La Defensoría del Pueblo indicó que hubo otros 19 heridos y 18 detenidos trasladados a sedes policiales.

Llorando, tosiendo y escapando de la neblina de humo de las bombas, Abigail Calluque, una joven menuda y delgada de 20 años, arrastraba su cartel que decía “golpe de estado”.

Sus cinco amigos —algunos de pie, pero a punto de desvanecerse y otros sentados sobre una vereda y entristecidos— se limpiaban la cara con trapos empapados en vinagre y bebían agua.

“Me tiene harta esta situación”, dijo con los ojos rojos y mirando a lo lejos cómo un policía perseguía a un joven y le golpeaba con su vara. “A cada rato hacen lo que quieren y nosotros siempre nos hemos quedado callados. Eso ya no va más”.

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