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Andrés Aylwin Azócar, el abogado de derechos humanos que dedicó su vida a defender la verdad y la Justicia para las víctimas de Augusto Pinochet, ha muerto a los 93 años. Falleció acompañado de su familia en su departamento en Santiago de Chile. El letrado pensaba que era el único camino posible para que Chile alcanzara una reconciliación verdadera, por lo que durante la dictadura militar (1973-1990) defendió con pasión a los obreros, campesinos, estudiantes, dirigentes de organizaciones sociales y políticas que fueron perseguidos por el régimen. En una ocasión, algunos días después del golpe de Estado, llegó a llorar de rabia en su alegato ante la Corte Suprema por la desaparición de 50 trabajadores a los que conocía de cerca. “Los jueces se transformaron en unos energúmenos”, recordaba en una entrevista de 2015.

Dirigentes de todos los sectores han lamentado profundamente su muerte este lunes y la ciudadanía, a través de las redes sociales, lo ha despedido con cariñosas muestras de afecto y tristeza. “Fue un luchador consecuente y valiente por la democracia, la Justicia y los Derechos Humanos. Murió como vivió, en paz junto a su familia (…) Chile pierde a uno de sus mejores hombres”, señaló el presidente Sebastián Piñera. La exmandataria Michelle Bachelet expresó tristeza por su partida: “Demócrata que en las horas más oscuras se dedicó a defender a quienes estaban siendo silenciados, perseguidos y desaparecidos por la dictadura. Su consecuencia y humildad en su grandeza son una inspiración y un orgullo para nuestra Patria”, escribió la socialista, próxima alta comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

Fue de los 13 democristianos que condenaron inmediato el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende. Durante los 17 años de régimen militar se abocó en cuerpo y alma a la defensa de los derechos humanos y a combatir los atropellos, que sentía como propios. Estuvo al borde de la muerte cuando en 1978 la dictadura lo relegó en Guallatire, en la provincia de Putre, en el norte de Chile. Extenuado y friolento, a cinco mil metros de altura, se salvó gracias a las gestiones humanitarias de un carabinero. “Andrés Aylwin no calló pese a las amenazas y a los riesgos que se cernían sobre su vida. Su voz encabezó las presentaciones de destacados juristas chilenos ante organismos internacionales”, escribió la reconocida periodista chilena, Patricia Verdugo, también fallecida. “Pero no estamos hablando solo de un brillante y valiente abogado, que hizo una libre opción para poner su vida al servicio de una alta causa. Estamos hablando de un hombre que, con su acción cotidiana, imprimió a la palabra ‘solidaridad’ un significado pleno”.

Era un hombre discreto y sencillo, pero firme y convencido. Cuando Chile alcanzó la democracia en 1990, fue acusado de intentar “poner arsénico” al Gobierno de centroizquierda liderado por su propio hermano al declararse en contra de la aplicación de la Ley de Amnistía para los violadores a los derechos humanos. “En Chile no habrá verdadera reconciliación mientras no pasemos por la verdad y la Justicia”, señaló el hermano combativo del expresidente. Lo reconocía él mismo: “No fui un conciliador que facilitara los acuerdos ni de los parlamentarios que arreglaba los problemas tomando un café. Pude haber sido un hombre complicado, de principios inamovibles…”.

En los últimos días se fue apagando de a poco y se esperaba su deceso para cualquier momento. Viudo desde comienzos de año, padre de cuatro hijos y abuelo de 10 nietos, sus restos permanecen en el ex Congreso de Santiago, donde es velado antes de su funeral, que se celebrará este martes en el Cementerio General de la capital chilena.

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