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Puerto Saavedra (Chile), 21 jun (EFE).- “Es una lucha muy fuerte, muy sacrificada, como mujer, por poco espacio. Y no se puede trabajar con la agricultura, con la buena y la mala”, explica a Efe Norma Hueten mientras trajina entre diversos cacharros, al calor de una hoguera, en el interior de su ruka, vivienda que hace años decidió reconvertir en un restaurante.

Julia Matamala Llancao (i), wizüfe, alfarera mapuche, y su madre, Elvira Llancao Nain (d), son vistas mientras toman mate en su vivienda situada en la comunidad Quechocahuín, el 20 de junio de 2022 en Puerto Domínguez en la Araucanía (Chile). EFE/Alberto Valdés

Sin otros recursos, asida a la tradición que heredó de sus ancestros, esperaba que el misterio de una cultura milenaria, unida a los bellos paisajes de las regiones de la Araucanía y el Biobío, en el centro sur de Chile, fueran imán suficiente para atraer a algunos de los cientos de miles de turistas que visitaban el país andino cada año.

Sin embargo, el abrupto descenso en el número de visitantes extranjeros —a causa de la pandemia y las políticas sanitarias del anterior Gobierno, una de las más restrictivas del mundo— y la ausencia de turistas locales —debido al repunte del llamado “conflicto mapuche”, hábilmente politizado—, han enterrado los sueños bajo las ramas de la ruka, en la que se mezclan el olor de la comida y el aroma de la leña quemada.

“Antes no se hablaba de turismo mapuche, pero pasando los años nosotros empezamos a hablar de turismo mapuche, de diferentes rubros, no solo lo que es la gastronomía, también otros que hacen su evento cultural y también otros que hacen artesanía telar o cestería”, explica.

“Pero ahora con la pandemia murió todo el turismo y este año estamos luchando para volver a funcionar porque el sector rural mapuche es más complicado por la falta de infraestructuras, en particular de carreteras que lleven a las rukas”, lamenta Hueten, que trabaja con productos totalmente naturales y todo lo aprendió de su madre.

LA SOMBRA DEL CONFLICTO

Asentados en las tierras medias del cono sur desde el siglo V después de Cristo, los mapuches son el pueblo originario más numeroso de las regiones meridionales de Argentina y Chile.

Comprometidos con la Pachamama o Madre Tierra, a la que veneran, se han resistido siempre a las invasiones externas: primeros del imperio Inca o Tawantisuyo y después de los españoles, a los que combatieron con bravura.

En 1883 fueron sometidos y masacrados por el Ejército de la nueva Chile independiente, confinados en reservas y entregadas sus tierras a colonos llegados de diferentes lugares del mundo, que comenzaron la explotación masiva de los bosques milenarios, la deforestación para la instalación de agricultura intensiva y la sobreexplotación de los recursos hídricos, claves del actual conflicto, que tiene un importante componente medioambiental.

Un enfrentamiento con el Estado y las grandes empresas forestales que se ha agudizado por la continua politización del mismo, y que oculta la realidad de un pueblo que lucha por mantener viva su cultura.

La mayor parte de la información que circula sobre los mapuches en los medios de comunicación está relacionada con los sabotajes que pequeños grupos radicales perpetran contra intereses de la industria forestal extractivista, contra fundos de colonos a los que se presiona para que devuelvan las tierras que compraron o les cedió el estado hace más de un siglo

O las noticias interesadas que les vinculan al tráfico de marihuana en algunos predios arrebatados por la fuerza o al robo de madera, del que también se lucran las propias empresas forestales robadas.

Y muy poco de los intentos de otros muchos grupos por preservar la naturaleza, recuperar las tradiciones y usos del pasado y convertir en turismo en un arma contra los intransigentes de ambos bandos.

EL TURISMO COMO ARMA FRENTE A LA INTRANSIGENCIA

“Hay muchos que han rescatado productos, sobre todo las semillas y las hierbas medicinales. La idea no es solo presentar la gastronomía, sino ofrecer más productos de la zona para que puedan venir más personas. No solo a comer, a comprar artesanía o a dormir”, explica Hueten.

Y crear así una riqueza y un horizonte de los que ahora los mapuche carecen, y que hace que muchos de los jóvenes se sientan perdidos y escuchen a los que hablan de drogas, dinero fácil y armas.

La abuela Rosario comparte la misma esperanza, convencida de que la defensa de las tradiciones y su proyección hacia los otros permite que se allane el camino hacia el diálogo.

Un diálogo que los mapuches confían en que se pueda recuperar con el reciente Gobierno, asidos a la nueva Constitución, en el que se prevé se reconozcan por primera vez su vinculación a la tierra y muchos de sus otros derechos ancestrales.

Como el canto de la abuela Rosario, que recuerda en lengua mapudungún, entre la cerámica que crea su hija, cómo su abuelo cumplió con la tradición de “secuestrar” a su abuela para casarse.

Javier Martín

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