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Vladimir V. Kochelayev, líder del consejo de administración de Uralasbest, está utilizando la imagen de Donald Trump para una campaña con la que pretende volver a lanzar al mercado su producto después de creer que el gobierno del mandatario estadounidense estaba reduciendo las restricciones para utilizar el asbesto, reportó The New York Times.

De acuerdo a la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional del Departamento de Trabajo, el asbesto es “el nombre para un grupo de minerales que se utilizan en la producción de materiales de la construcción y los frenos de automóvil con el fin de resistir al calor y la corrosión”.

Concretamente el mineral se llama crisolito de manera científica, y asbesto de forma comercial.

Su inhalación provoca serias enfermedades en los pulmones y otros órganos que pueden no aparecer hasta años después, lo mismo que han afirmado los investigadores que han participado en campañas mundiales que se oponen a la comercialización de todas las formas de asbestos.

Sin embargo, los montes Urales de Rusia tienen suelos donde el material todavía puede extraerse y, a diferencia de una ciudad canadiense llamada Asbestos, en donde le cambiaron el nombre para eliminar cualquier asociación con la mortal sustancia, los nativos rusos no ven por qué deberían hacer lo mismo o dejar de utilizar explosivos para obtenerlo.

“No puedo decir que es totalmente seguro, pero puede usarse sin peligro en situaciones controladas”, dijo Kochelayev sobre el crisolito.

Cuando el año pasado la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) anunció que flexibilizaría restricciones, Uralasbest celebró la buena nueva en su página de Facebook, pensando erradamente que abriría la puerta para la venta de asbesto ruso en EEUU.

Los paquetes de asbestos estaban cubiertos con un sello con el rostro del mandatario y la frase “Aprobado por Donald Trump, presidente número 45 de Estados Unidos”.

Aunque no vendió mercancía con la imagen del mandatario, la iniciativa de promoción colocó los reflectores sobre una empresa que solo había logrado acaparar los titulares cuando era señalada por los activistas anti-asbestos.

Tras varios años cuesta abajo, Uralasbest ha logrado aumentar su producción de 279.000 a 315.000 toneladas y vender casi el 80% de esa producción en el extranjero.

Esto, sumado a que Brasil y Canadá, quienes eran los mayores suministradores para el mercado de Estados Unidos dejaron de producir, le abrió una puerta a la empresa rusa para marcar su presencia en el país, que dejó de producir el material en el 2002.

La junta directiva de Uralasbest dice que los casos de enfermedad de sus empleados han disminuido considerablemente después de que se instalaran mejores filtros de aire en su planta procesadora y que estos se vieran obligados a utilizar máscaras de protección más completas.

Viktor Stepanov, un jubilado de 88 años que trabajó durante décadas en la fábrica de asbesto, asegura que él es el ejemplo de que la “histeria” alrededor del material no puede ser cierta.

“Todo es peligroso en cierta medida. No existe una garantía al cien por ciento de que algo no es nocivo”, dijo Stepanov quien explicó que en sus años de trabajo la compañía le daba una botella diaria de leche de manera gratuita para alejar las enfermedades.

En tanto, en Asbet, a casi 1.500 kilómetros de la capital rusa, nadie espera que la producción pueda recuperarse completamente en un futuro, ya sea con o sin Trump, pero reconocen que el cambio de nombre ha sido fundamental para que el ingreso económico de la ciudad no llegue a colapsar.

Los residentes de la ciudad creen que hay otras cosas más importantes por las cuales preocuparse, incluyendo una planta de energía nuclear y otra eléctrica que trabajan en la zona altamente industrializada.

“¿Por qué preocuparse tanto por el asbesto? Todo es potencialmente peligroso”, dijo Ksyusha Ustinova, una mujer que visitaba la zona en las afueras de la ciudad para ver el orificio de 9.6 kilómetos de longitud del que se extrae el asbesto.

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