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Sevilla (España), 18 dic (EFE).- Un puñado de galletas para seis días, un frío casi gélido y el agua colándose en el endeble cayuco a bordo del que llegó desde Senegal a las costas de la isla canaria de El Hierro fue el precio que Ahmed tuvo que pagar para huir de la homofobia.

Es una de los más de 36.600 personas que llegaron al archipiélago de Canarias (Atlántico) en 2023, una cifra récord en la Ruta Atlántica (una de las más peligrosas del mundo), en buena medida por la inestabilidad política, social y económica de Senegal.

Ese récord obligó a realizar un esfuerzo extraordinario en Canarias (la pequeña isla de El Hierro recibió más personas en dos meses que las 11.280 que residen allí) y Ahmed, como otros miles de jóvenes, fue trasladado a la Península Ibérica, en su caso a Sevilla.

“Entendí que me podían llegar a matar”

Ahmed (nombre ficticio para preservar su identidad) es un joven estudiante de comunicación audiovisual senegalés que se vio obligado a abandonar su tierra cuando su familia y las personas que le rodeaban descubrieron su homosexualidad.

“Mi familia se negó a aceptar mi condición sexual, lo pasé realmente mal. En mi país no me sentía libre”, explica en una entrevista con EFE en Sevilla, a donde fue trasladado desde Canarias.

Las represalias tomaron forma con una agresión física que hizo entender al joven que su vida corría peligro si continuaba siendo quien era en su país.

Ahmed quiere contar su historia para poner nombre a las personas de los países en los que no se respetan los derechos de las personas homosexuales, algo que requiere de valentía teniendo en cuenta las amenazas que continúa recibiendo.

“En una ocasión vimos un vídeo en el que quemaban el cadáver de un chico gay y las personas aplaudían a su alrededor. Entendí que me podían llegar a matar, tenía mucho miedo, podían acabar conmigo por mi condición sexual”, sentencia.

Aún hoy, después de dos meses de su partida, Ahmed se encoge al recordar el rechazo que sufrió y el miedo a perder la vida. Volver a su país, aunque le gustaría, no es una opción hasta que no se respeten sus derechos y su orientación sexual.

 258 personas en un frágil cayuco

Cuando aceptó que era económicamente imposible comprar un billete de avión que lo llevase a Francia para continuar sus estudios, Ahmed pensó en partir a España a bordo de un cayuco. Un duro trayecto por el que estaba dispuesto a pasar a cambio de aceptación, protección y una oportunidad.

A las diez de la noche del 27 de septiembre de 2023 las peleas entre los cientos de personas que se aglutinaron en la playa se avivaron al saber que solo algunos podrían tener una oportunidad, quién sube al cayuco y quién se queda en tierra.

“Éramos muchísimos los que queríamos embarcar y de distintas nacionalidades, pero solo unos cuantos pudimos partir, fueron momentos muy tensos”, narra.

258 personas partieron hacia España en una embarcación. Seis noches en las que el único sustento disponible era un puñado de galletas, nada caliente que les ayudase a calmar el frío en alta mar.

Cuando el agua comenzó a colarse entre las maderas del bote, Ahmed se replanteó si había tomado la decisión correcta: “en mi país tenía una vida cómoda, pero no podía quedarme, temía por mi vida. La travesía fue dura, durísima”.

Llegaron a la isla de El Hierro y encontraron todo lo que podían esperar, “protección, refugio y tranquilidad”. Un sitio de paz en el que Ahmed pudiese “vivir sin miedo” y en el que “respetasen los derechos fundamentales” que en su país de origen aún hoy no se reconocen.

“Vivimos en campamentos en el que había muchísima gente, personas que habían llegado antes que nosotros y no conocíamos de nada, pero teníamos las necesidades básicas cubiertas. Agua, comida y alojamiento”, relata.

Atasco en las oficinas de asilo

Ahora, Ahmed reside en Sevilla a la espera de una cita para solicitar asilo en España. Lleva dos meses esperando para poder formalizar la solicitud y narrar su testimonio ante las autoridades, pero el gran volumen de demandas ha creado un embudo en la administración que le impide finalizar el proceso.

Pide perspectiva, pues aún hay muchos países en los que las personas homosexuales “viven a escondidas” y “sufren” por su condición sexual.

En Senegal Ahmed sentía que no encajaba, que nunca podría llegar a integrarse en un entorno que lo rechazaba por ser quien es. En España, asegura que se siente protegido y aspira a continuar sus estudios y su vida junto a personas que lo entienden. EFE

Por Sara Morato

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