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Si la economía del país es difícil de explicar, el fútbol argentino no se queda atrás: la patria de Diego Maradona y Lionel Messi se jacta de concebir uno de los partidos más emotivos del mundo, el Boca-River, pero es incapaz de organizarlo con el condimento que lo hace especial, la pasión de sus dos hinchadas. La violencia sin control en los estadios y el poder legalizado de las barras bravas obligan a un manual para entender las particularidades: en los enfrentamientos amistosos y de Copa Argentina se permite el público de los dos equipos pero en las competiciones sudamericanas y de Superliga sólo puede asistir el público local. Este domingo, por la sexta fecha de la Superliga, la cancha de Boca comprobó la nueva tendencia: River ganó 2-0 en soledad y enmudeció a la Bombonera.

En los últimos siete superclásicos de Superliga, desde 2015, nunca festejó el equipo local. O River ganó en la Bombonera o Boca celebró en el Monumental o los partidos terminaron empatados. Al hincha argentino, tan orgulloso de sí mismo, puede suponerle un golpe: el público no juega.

Con los dos equipos algo lejos de la punta en el inicio de la Superliga, y sobre todo con la cabeza puesta en las etapas decisivas de la Copa Libertadores (ambos están jugando los cuartos de final de la máxima competencia sudamericana), el superclásico despertó menos atención de lo habitual durante la semana pero comenzó con la intensidad de siempre y una figura rutilante: Gonzalo Martínez.

Si de otras grandes jornadas de superclásico en la Bombonera quedaron imágenes en el recuerdo -golazos de Maradona, festejos de Norberto Alonso, tacos de Juan Román Riquelme y desbordes de Ariel Ortega-, los primeros 20 minutos del Pity Martínez anunciaban un unipersonal acorde a esa historia. El mediapunta zurdo de River –uno de esos jugadores que, de tener un pasaporte comunitario, ya estaría en las ligas europeas- convirtió un golazo de volea e hizo pasar la pelota entre los pies de los rivales hasta que un golpe del colombiano Wilmar Barrios lo obligó a pedir el cambio.

En las tribunas de la Bombonera sólo había público de Boca pero en el campo de juego parecía que sólo había jugadores de River. Si hace 80 años, en el comienzo del profesionalismo, el equipo de Núñez fue bautizado los Millonarios por su capacidad económica para comprar los futbolistas más caros, bajo la dirección técnica de Marcelo Gallardo debería ser llamado La Cooperativa: la figura de River es el equipo. El mediocampo visitante fue una telaraña que absorbió a Boca, el club argentino que mejor disimula la crisis económica del mercado, pero más dependiente está de sus jugadores.

Recién en desventaja, y cuando el reloj comenzaba a pesar, Boca apostó a lo mejor que tiene: el enorme potencial de su plantel en ofensiva, esta vez con Carlos Tevez, Cristian Pavón y Darío Benedetto, más los ingresos de Edwin Cardona, Mauro Zárate y Sebastián Villa. El mediocampista colombiano debió ser expulsado por un codazo a Enzo Pérez pero el árbitro Mauro Vigliano también debió haber cobrado penal para Boca por mano de Leonardo Ponzio, el viejo cacique de River.

El fútbol argentino podrá morir de cualquier enfermedad, pero nunca será por aburrimiento. A falta de juego colectivo, el empuje de Boca le agregó dramatismo al segundo tiempo y Franco Armani debió confirmar su extraordinario momento: hay veces en que el arquero de River parece invencible. Y cuando el empate parecía más cerca que nunca llegó el segundo golazo, el de Ignacio Scocco, que terminó de silenciar a la Bombonera. Ya quedaba poco tiempo, sólo para ratificar que Exequiel Palacios, volante por derecha, es una de las apariciones más prometedoras del fútbol argentino en los últimos años. La vieja escuela de pase al compañero vive en este joven de 19 años.

Si en la presidencia durante la década del 90 de Carlos Menem, hincha de River, Boca sacó la diferencia que lo lleva a dominar el centenario historial, River se acostumbró a festejar durante el actual mandato de Mauricio Macri, ex titular de Boca. El nuevo Bombonerazo silencioso de River ya está en la historia del superclásico pero no se compara al anterior 2-0, también por goles de Martínez y Scocco, en marzo de este año por la Supercopa Argentina, la segunda final en la historia que jugaron los dos grandes del fútbol argentino.

Por la Superliga (un campeonato de 26 equipos en el que se juegan 25 fechas, todos contra todos, sin revancha) ya no volverán a enfrentarse hasta la próxima temporada, pero es posible que haya nuevos capítulos en lo que resta del año -y mucho más decisivos que el de este domingo-. Los dos equipos están en la misma llave de la Copa Argentina y podrían enfrentarse en la semifinal –con ambas hinchadas, en estadio neutral-y, de seguir avanzando en la Libertadores, también podrían definir el campeón de América, primero en la Bombonera y después en el Monumental, solamente con público local. Si ello llega a ocurrir, el superclásico tendrá un antes y un después.

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