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Belém (Brasil), 31 jul (EFE).- Belém es la ventana escogida por Brasil para mostrar al mundo la realidad de la Amazonía. La ciudad calienta motores desde ya para el encuentro presidencial de países amazónicos de agosto al que asistirán 13 naciones, incluyendo varias invitadas, con la vista puesta en 2025, cuando acogerá la COP30.

Fotografía de una plaza el 27 de julio de 2023, en Belém (Brasil). EFE/María Angélica Trancoso

La reunión, impulsada por el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y que tendrá lugar el 8 y 9 de agosto, busca que los países que forman parte del bioma consoliden una posición unificada sobre la preservación de la selva para presentarla en la próxima cumbre mundial del clima, en noviembre.

Fotografía de una vivienda al lado del río, el 27 de julio de 2023, en Belém (Brasil). EFE/María Angélica Trancoso

Además de los ocho países que integran la Amazonía (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela), fueron invitados Indonesia, República Democrática del Congo y el Congo, naciones que, junto con Brasil, tienen los bosques tropicales más extensos del mundo; así como Francia, por la Guayana Francesa.

UNA URBE MODERNA

Abrazada por decenas de riachuelos en los que el caudaloso Amazonas culmina su camino hacia el Atlántico, Belém se levanta sobre la bahía de Guajará y el río Guamá, a unos 2.120 kilómetros de Brasilia, la capital brasileña.

Esa particularidad geográfica hace que Belém se mantenga inmersa en la biodiversidad amazónica, pese a su creciente desarrollo urbanístico.

En esta ciudad de 1,3 millones de habitantes destacan sitios como el Mercado Ver o Peso, el más grande de latinoamérica con 112 años de historia; el Teatro de la Paz, un monumento arquitectónico de estilo neoclásico; el Parque de las Garzas y la Estación de las Docas, un moderno complejo gastronómico a orillas de la bahía de Guajará.

Asimismo, el museo Emílio Goeldi, que con 157 años encima es la institución más antigua de investigación científica de la Amazonía y cuyo parque botánico es un oasis verde en el corazón de Belém.

ISLA DE COMBÚ, LA OTRA REALIDAD

Apenas a unos 15 minutos de la ciudad, cruzando en lancha el río Guamá, la isla de Combú muestra otra realidad.

Allí predomina una vegetación en la que abundan manglares, árboles frutales y palmeras que vistos desde el aire solo dejan ver el serpenteo de los igarapés (riachuelos) entre el denso bosque.

En ese paraíso habitado por unos 1.500 habitantes se vive de la pesca y de frutos propios de la región como el açaí, el cupuazú, la pupunha, el banano y el cacao.

No obstante, muchos de sus habitantes, en especial mujeres, trabajan en la ciudad por las dificultades que representa vivir de lo que se produce en la isla.

Según Ivette dos Santos, de 65 años y quien está al frente de Amecombu, una asociación de mujeres que produce jabones, cremas, repelentes y tés con los aceites que extraen de la andiroba, la idea es que “más mujeres trabajen en la isla” y progresar “con respeto” por la naturaleza, pues la selva “vale más en pie que derrumbada”.

La labor no es fácil para las 20 mujeres que hacen parte de la asociación, quienes consiguen apoyo a cuentagotas mientras el Gobierno cumple la promesa de enviarles recursos del Fondo Amazonía, un mecanismo financiero reactivado con Lula para apoyar la preservación del bioma.

“El discurso está bonito pero aún no sabemos qué pasará. El dinero del fondo para este tipo de proyectos aún no se ve”, aseguró Dos Santos a EFE.

ENTRE RÍOS Y SIN AGUA POTABLE

Los habitantes de esta isla fluvial, paradójicamente, sufren además con la falta de agua potable.

Años atrás los ribereños usaban el agua del río para satisfacer sus necesidades básicas, una práctica imposible en la actualidad por la contaminación que dejan las aguas negras y los desechos industriales y de las mineras.

A eso se suma el aumento del turismo, pues la isla es muy visitada por su naturaleza, la cultura de sus comunidades y su culinaria.

“La verdad es que ya estamos teniendo (impacto del turismo) y estamos muy preocupados con él”, señaló Izete Costa, una productora de cacao y chocolate en la isla que tuvo que conseguir apoyo externo para contar con un tanque recolector de agua lluvia.

Según ‘Doña Nena’, como se le conoce, con el turismo se está perdiendo “a los pocos” la cultura de la comunidad y los recursos hídricos naturales “por culpa de las piscinas que se están construyendo”.

María Angélica Troncoso

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