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A diferencia de los iconos corporativos de muchas de las compañías de comidas que dominan el planeta, la mayoría ficticios, la historia del hombre que se encuentra detrás de los cubos del pollo frito más famoso, no solo es real, sino digna de ser contada por la magnitud del personaje.

El 9 de septiembre de 1890 nacía el pequeño Harland Sanders en la comunidad agrícola de Henryville, Indiana. A los cinco años, su padre, carnicero del pueblo, cayó fulminado y murió de camino a casa. A Harland lo crió desde entonces su madre Margaret, una mujer cristiana muy estricta que advertía constantemente a sus hijos sobre los males del alcohol, el tabaco y los juegos de azar.

Unos años después, cuando Sanders cumplió 12 años, Margaret se volvió a casar con un hombre que expresaba su resentimiento por la existencia de los niños abofeteando diariamente a Harland y sus hermanas. Un año después, al cumplir los 13, colocó sus pocas pertenencias en una caja y se escabulló una noche por la puerta trasera. Jamás regresaría.

En el año 1906, el ahora adolescente Harland Sanders había encontrado trabajo como conductor de tranvías en New Albany, Indiana, cuando dos hombres entablaron una conversación con él sobre los problemas que estaban teniendo lugar en Cuba. Aquellos tipos eran reclutadores del Ejército, y cuando terminaron su discurso ya habían convencido al joven Sanders de que efectivamente el Ejército era el lugar para él.

© Imagen: Sanders (Twitter)

En unas semanas se había alistado y lo enviaron a un barco cargado de hombres y mulas con destino a Cuba. Durante la travesía, el oficial al mando de Sanders descubrió que su nuevo recluta tenía tan solo 16 años, lo despidió y lo puso en un bote de regreso a Estados Unidos.

Aquí terminó la carrera militar del futuro coronel.

De regreso a casa, Harland trató de encontrar empleo en una de sus pasiones. A principios de la década de 1900, el arquetipo de aventurero estaba encarnado por el ingeniero ferroviario, análogo a los pilotos de aviones o astronautas de décadas posteriores. Harland no tenía estudios para acceder a un negocio tan cualificado, pero se las ingenió para trabajar en Southern Railroad extrayendo cenizas de carbón de las máquinas de vapor.

Durante semanas se dedicaba a estudiar a los operarios del ferrocarril, observando cómo metían el carbón en la caja de fuego y aprendiendo cómo distribuir el combustible para obtener la máxima eficiencia. Cuando cumplió la mayoría de edad ya dominaba el campo, añadiendo a ello una pulcritud extraña dado el oficio: estaba obsesionado con la limpieza, y adoptó la práctica inusual de vestirse con un mono y guantes blancos de algodón. Afirmaba que llegaba a casa sin mancha a pesar de trabajar en medio del carbón todo el día.

En esta época conoció Josephine, con la que se casó a los pocos meses y tuvo tres hijos. Sanders trabajó para varios ferrocarriles durante varios años, pero sus días como profesional se terminaron cuando él y un ingeniero dirimieron sus diferencias en una salvaje y sangrienta pelea.

Estaba obsesionado con la limpieza, y adoptó la práctica inusual de vestirse con un mono y guantes blancos de algodón. Afirmaba que llegaba a casa sin mancha a pesar de trabajar en medio del carbón todo el día

Con 21 años comenzó un curso de abogacía estudiando en la oficina de un juez en Little Rock. Luego encontró trabajo en el tribunal de justicia, decía entonces que con la esperanza de llevar algo de justicia a los pobres maltratados de la región. Sin embargo, sus días en la corte de justicia también terminaron cuando él y uno de sus clientes acabaron a puñetazos en una sala del tribunal. La razón: los honorarios no pagados.

Sanders también pasó algunos años como empresario independiente, lanzando empresas de éxito variable. Perdió la mayor parte de su dinero tratando de vender un sistema de iluminación interior basado en gas de acetileno (la red eléctrica de última generación llegó a las zonas rurales antes de lo esperado). Sin embargo, ganó una pequeña fortuna cuando estableció un muy necesario cruce de ferry en Jeffersonville, Indiana.

A finales de la década de 1920, la familia Sanders vivía en Camp Nelson, Kentucky, donde Harland era vendedor de Michelin Tire Company. Tras este periplo, Sanders encontró trabajo administrando una estación de servicio de Standard Oil en las cercanías de Nicholasville.

Allí ganó intereses vendiendo a crédito equipos agrícolas a los locales. Ocurre que a finales de la década de 1920, una terrible sequía descendió sobre la región, causando estragos en los cultivos y los medios de vida. La demanda de gasolina disminuyó y los clientes incumplieron con su crédito. Para colmo de males, el desplome de Wall Street de 1929 sofocó las pocas esperanzas de recuperación.

Coronel Kentucky

© Imagen: Escudo de armas histórico de Kentucky (Dominio público)

En 1930, la Shell Oil Company realizó una tentadora oferta al propietario de una gasolinera con 39 años de antigüedad, era Harland Sanders. El país acababa de ingresar en la Gran Depresión y Sanders había cerrado unas semanas antes su negocio en Standard Oil. En Shell Oil Company sabían que era un vendedor nato.

Un ejecutivo le explicó a Sanders que la compañía planeaba construir una nueva estación de servicio en Corbin, Kentucky, en el cruce de la Ruta 25 de Estados Unidos que se extiende de norte a sur. Querían que la dirigiera, y se ofrecieron a dejarlo en la estación a cambio de un porcentaje de sus ventas de gasolina. Además, había un jugoso bonus: Shell agregaría un apartamento con dos dormitorios, un baño y una pequeña cocina a la estación de servicio para que Sanders, su esposa y sus tres hijos pudieran vivir allí sin pagar alquiler.

Sanders aceptó el trato y llevó a la familia a la estación de Shell. “Fue allí”, escribiría más tarde, “cuando comencé mi verdadero negocio y puse todos mis conocimientos simples de comida y cocina en ello”.

Un día, a principios de la década de 1930, Josephine y Margaret Sanders empezaron a preguntarse qué es lo que mantenía alejado de casa a su padre tanto tiempo. La última vez que lo vieron estaba montando en una mula subiendo una montaña. Lo hacía cargando un cubo relleno con vendas, tijeras, antisépticos y guantes de goma.

© Imagen: Sanders trabajando en su café en Corbin, Kentucky, en la década de 1930 (Dominio público)

Sanders se dirigía a una comunidad apalache cercana que carecía de electricidad, carreteras, tuberías o cualquier otra comodidad de la época. Al parecer, de vez en cuando traía a las familias comida. El día que su esposa e hija lo vieron partir montaña arriba lo habían convocado porque una de las mujeres del pueblo iba a dar a luz.

Teniendo tres hijos, Sanders tenía cierta experiencia con el parto, por lo que se había convertido en una especie de comadrona amateur. Aquella noche nacería un niño. Sus padres lo llamaron Harland.

En el año 1936 se produce uno de los momentos más importantes en la vida de Sanders. En reconocimiento a su labor con los ciudadanos, el gobernador de Kentucky, Ruby Laffoon, nombró a Harland Sanders “Coronel de Kentucky”, el título de honor más alto otorgado por la Commonwealth de Kentucky.

Vale la pena pararnos un momento en la historia de Harland para explicar de qué se trata esta tradición que cuenta con más de 200 años.

Isaac Shelby (1750-1826) fue un renombrado héroe de la Guerra de la Independencia y el primer gobernador de Kentucky. Cumplió su primer mandato desde 1792 a 1796, y un segundo desde 1812 hasta 1816. El hombre había dejado claro que hubiera preferido no cumplir el segundo mandato, pero la Guerra de 1812 estaba a punto de comenzar y accedió.

Certificado oficial de nombramiento de Coronel de Kentucky
Certificado oficial de nombramiento de Coronel de Kentucky

En julio de 1813, el general William Henry Harrison le pidió al gobernador Shelby que seleccionara una legión de soldados de Kentucky y los llevara a la batalla contra los británicos. Shelby aceptó, y el 15 de octubre de 1813, su legión de 3.500 voluntarios ayudó a ganar la Batalla del Támesis, en lo que hoy es la provincia de Ontario, Canadá.

Después de la guerra, Shelby nombró a uno de sus ex oficiales, Charles Todd, para que sirviera como ayudante de campo en su personal bajo el rango de coronel, el primer oficial “coronel de Kentucky”. Como el rango de Todd implicaba, sirvió al gobernador como asistente militar.

El momento en que los gobernadores de Kentucky necesitaban asistentes militares en su personal terminó con el tiempo, pero la tradición de otorgar el título a ciudadanos prominentes apenas estaba comenzando. Más de 200 años después, otorgarle a alguien el “título” de coronel de Kentucky sigue siendo el honor más alto que un gobernador de Kentucky puede otorgar. De hecho, más de 140.000 personas han recibido el título desde 1813, un promedio de casi 700 por año.

Ya en la década de 1820, los coroneles de Kentucky sirvieron como guardaespaldas uniformados, asignados para proteger a los gobernadores mientras cumplían con sus deberes oficiales. Pero a medida que pasaron los años, el trabajo se volvió completamente ceremonial sin que se requiriera guardaespaldas.

Más de 200 años después, otorgarle a alguien el “título” de coronel de Kentucky sigue siendo el honor más alto que un gobernador de Kentucky puede otorgar

De ahí que el nombramiento de Harland Sanders, probablemente el coronel más famoso de Kentucky, se deba al hecho de que era un partidario político de Ruby Laffoon, que fue gobernador del estado desde 1931 hasta 1935.

Hoy, el nombramiento se deja enteramente a la discreción del gobernador en funciones, quien luego envía los nombres a la oficina del secretario de estado, que es responsable de imprimir los certificados de la comisión.

Por cierto, y antes de seguir con nuestra historia, entre los ilustres coroneles de Kentucky tenemos a personajes tan opuestos como Elvis Presley, el Papa Juan Pablo II, Bill Clinton, Whoopi Goldberg, Tiger Woods, Johnny Depp o Hunter S. Thompson.

El comienzo de un imperio

En Corbin fue realmente donde Sanders inició su transformación gradual en el futuro famoso icono de la comida. Había pocas cosas que lo hicieran disfrutar más que experimentar con la cocina, así que finalmente decidió mover la gran mesa de roble de su comedor y reabrir como Sanders’ Servistation and Café, un pequeño negocio familiar cuyos enormes luminosos comenzaron a atraer a los hambrientos visitantes.

Sanders contrató a algunos camareros, e hizo todo lo que estaba en su mano por pagarles un salario digno, aunque les prohibió estrictamente que aceptaran propinas. Todo era muy rudimentario, usaba la cocina de su apartamento en la parte de atrás de la estación, Harland y Josephine preparaban platos donde abundaba la carne, aunque en muy pocas ocasiones se incluía pollo en el menú. Sanders decía que tomaba demasiado tiempo cocinarlo como a él le gustaría.

Como vemos, el comienzo en el negocio de la comida fue modesto. Todas las noches cuando cocinaba la cena, la colocaba en la mesa donde sus clientes, la mayoría camioneros cansados ​​de comer mal, podían degustarla. “A veces nos deteníamos a comer cuando llegaba gente, pensando que venderíamos algo de nuestra comida”, recordaba Sanders sobre sus inicios. “A veces vendíamos una comida, a veces todas. Si se acababa, volvíamos a cocinar”.

En muy poco tiempo se corrió la voz de que Sanders ‘Servistation and Cafe en Corbin era uno de los pocos lugares en la carretera donde una persona podía obtener una comida casera decente.

El negocio creció y, aproximadamente un año después, Sanders abrió un restaurante más grande al otro lado de la calle, con tres mesas y un mostrador de comida. Fue entonces cuando agregó un nuevo elemento al menú que había evitado servir hasta entonces: pollo frito.

Lo cierto es que el plato había presentado problemas durante mucho tiempo para los dueños de los restaurantes, ya que llevaba una media hora en prepararse. Los comensales, especialmente los camioneros que tenían horarios programados, no estaban dispuestos a esperar tanto por su comida, por lo que el pollo tenía que ser frito por adelantado.

Si un propietario de un restaurante hacía demasiado, las piezas sin vender se desperdiciaban. Y si no hacían lo suficiente, sus clientes podrían irse a buscar otro café. Así que Sanders durante mucho tiempo eligió no servirlo, y no fue hasta que el negocio estaba realmente en auge cuando decidió darle una oportunidad incluyéndolo en el menú.

En el año 1939 a Sanders lo invitaron a ver una demostración de una olla a presión en una ferretería local. Una olla a presión es básicamente una olla con tapa de bloqueo que permite que el vapor del agua hirviendo acumule presión dentro de la olla. El calor y la presión de vapor cocinan los alimentos en una fracción del tiempo que tomaría si se cocieran al vapor o en una olla ordinaria.

La invitación se produjo porque el propietario de la ferretería pensó que una olla a presión podría permitirle a Sanders preparar las verduras que servía en su restaurante de forma más eficiente y rápida, así que le dijo que trajera algunas a la tienda. Sanders apareció con judías verdes y las cargó en la olla a presión según las instrucciones. Se cocinaron en solo 30 minutos, y se veían y sabían mejor que las judías verdes cocinadas en una olla común. Sanders quedó tan impresionado que compró ocho ollas a presión el día de la demostración.

Al poco tiempo comenzó a preguntarse si sería posible poner aceite de cocina en una olla a presión en lugar de agua, y usarlo para freír el pollo. Se puso a experimentar y encontró una manera de hacer un pollo crujiente y sabroso que no quedaba demasiado grasiento por fuera, pero sí tierno y jugoso por dentro, y lo más importante, se cocinaba hasta el final en tan solo ocho minutos.

Así fue como Sanders lo agregó al menú y, por supuesto, se vendió espectacularmente bien.

Fue una época de bonanza para Sanders. Los negocios en el restaurante eran tan buenos que acabó derribando la estación de servicio y construyó un motel y un restaurante para 142 comensales. Luego cambió el nombre de la empresa a Sanders Court and Cafe. Durante un tiempo fue propietario de un segundo restaurante y motel en Asheville, Carolina del Norte. Y probablemente hubiera terminado su carrera como exitoso propietario de un hotel y un restaurante, pero a mediados de la década de 1950, ocurrió un desastre.

Dos veces.

Primero, la carretera en el cruce en la Ruta 25 se modificó, la misma que había estado justo en frente del negocio de Sanders se alejaba de su camino. Aquello cortó su negocio por la mitad.

Unos años después, la carretera interestatal 75 se construyó paralela a la Ruta 25, pero a varios kilómetros al oeste. Eso hizo que su negocio se perdiera por completo. Sanders lo vendió en una subasta pública y, para cuando pagó sus deudas, el hombre estaba completamente en la ruina. Con 66 años, su principal fuente de ingresos pasaba por su cheque del Seguro Social de unos 100 dólares al mes.

Lo único que lo salvó fue su método para hacer pollo frito en ollas a presión junto a su “mezcla secreta de once hierbas y especias”. El pollo ya había atraído el interés de otros dueños de restaurantes, y Sanders lo había cedido a un puñado de franquiciados. Ganaba cuatro centavos en regalías por cada pollo que cocinaban.

Su primer franquiciado fue un restaurador de Salt Lake City llamado Pete Harman, quien añadió una pizca de marketing propio al pollo. Para llamar la atención sobre el origen exótico de los productos, y para diferenciarlo del tradicional pollo frito del sur (más seco y crujiente en comparación), Harman lo llamó Kentucky Fried Chicken.

A Harman también se le ocurrió el eslogan: “Está para chuparse los dedos”. De esta forma, en un año comenzó a empacar 14 piezas de pollo, cinco rolls de pollo y una salsa en un cartón para llevar “Bucket O ‘Chicken” para las familias que querían tomarse un descanso de la cocina, pero todavía querían una comida que pudieran degustar en casa.

Una idea brillante que todos conocemos hoy, pero mucho más en aquella época.

Así que después de que Harman agregara el Kentucky Fried Chicken al menú, su negocio se triplicó, y la mayor parte del aumento provino de las ventas de pollo frito. Su éxito (y el de otros primeros franquiciados) convenció a Sanders de que si podía vender suficientes franquicias, podría ganar lo suficiente para vivir. Así que cargó una olla a presión en su automóvil junto con un refrigerador lleno de pollo crudo, un saco de harina y su mezcla de once hierbas y especias, y comenzó a conducir por todo el país realizando llamadas de ventas a un restaurante tras otro.

También actualizó su imagen. ¿Cómo? Volviendo a 1931, cuando Sanders apoyó a Ruby Luffoon para ser gobernador, y después Luffoon ganó las elecciones y lo convirtió en coronel honorario de Kentucky, Sanders no había hecho prácticamente nada por sacarle algo de rendimiento a su “título”, y había llegado el momento.

Comenzó a usar el nombre de Coronel Sanders en los negocios, y cambió su apariencia para lucir como pensaba que debería verse un coronel de Kentucky: se dejó crecer el bigote y la perilla, e incluso los blanqueó para que coincidiera con su pelo blanco. También comenzó a llevar una corbata negra y un vestido largo negro, uno que pronto dio paso a un traje blanco con un inconfundible aroma de coronel de alto rango.

Aquella nueva apariencia de caballero le abrió muchas puertas, aunque aún tenía que vender lo más importante, su pollo. Así que una vez conseguida la imagen perfecta, Sanders se ofreció a cocinar lotes en las cocinas del restaurantes a una hora del día donde el negocio iba lento. Luego lo servía al personal. Si les gustaba, Sanders se quedaría uno o dos días más para preparar el pollo para los clientes del restaurante, de manera que si les gustaba el pollo, el restaurador se inscribiría en una franquicia.

El trabajo fue difícil y lento: Sanders tuvo que conducir kilómetros y kilómetros y cocinar una gran cantidad de pollo para cada restaurante en el que se inscribió como franquiciado. Dormía en su automóvil y aceptaba cada comida complementaria que le ofrecían para ahorrar en gastos.

Estas extenuentes jornadas de trabajo acabaron dando sus frutos: los restaurantes que se registraron descubrieron muy rápido que tenían un tesoro entre sus manos … y como suele ocurrir, la noticia se extendió como la pólvora. Al cabo de un par de años, Sanders ya no tenía que viajar; podía sentarse en la oficina de su casa, ahora en Shelbyville, Kentucky, y recibir las ofertas que llegaban.

Para 1960, más de 200 restaurantes en Estados Unidos vendían Kentucky Fried Chicken. Tres años después, el número se había triplicado a más de 600. El negocio seguía siendo familiar: Sanders se encargaba de las ventas y el papeleo, y su esposa mezclaba las especias secretas para luego hacer los envíos a los franquiciados (por cierto, hasta el día de hoy, los franquiciados aún no conocen la fórmula).

Sin embargo, como admitió el propio Sanders en 1963 “mi negocio estaba empezando a ser demasiado grande para mí, sin importar cuánta energía y tiempo invirtiera”. En 1964 vendió el negocio por 2 millones de dólares. Aceptó permanecer como portavoz de la compañía y cobrar un salario de 40.000 dólares al año, salario que pronto se elevó a 75.000 dólares (más de medio millón en la actualidad), de por vida.

Si el negocio de Kentucky Fried Chicken de 1956 a 1964 no paró de crecer, después de que Sanders vendió el negocio, creció aún más rápidamente, en gran parte gracias a la primera campaña nacional de publicidad de la cadena y su mítica promoción del Coronel Sanders como imagen viva de la marca.

Para 1970, la cantidad de puntos de venta de Kentucky Fried Chicken había aumentado a más de 2.700, Sanders se había convertido en uno de los hombres más famosos de Estados Unidos, y el precio de las acciones de Kentucky Fried Chicken se disparó. Un dato: una inversión de 5.000 dólares realizada en 1964 valía más de 3.5 millones de dólares en 1970.

Así que esta fue la historia de ese hombre que parece un coronel pero realmente no lo es, del mismo que has visto toda tu vida en los cubos de KFC sin saber si era simplemente una imagen ficticia como tantas otras.

En vida, el Coronel Sanders vio crecer sus ideas más allá de sus sueños más locos, y esa fortuna lo recompensó con más riqueza y fama de la que jamás hubiera pensado.

Y aunque finalmente tenía todo el dinero (y más) para vivir como quisiera, nunca se retiró; continuó viajando miles y miles de kilómetros al año en nombre de Kentucky Fried Chicken hasta poco antes de su muerte en 1980 a la edad de 90 años.

Si tuviera que decirle algo al mundo, una moraleja de mi vida, probablemente sería que no renuncies a tus sueños ni a los 65 años, porque tal vez tu barco aún no ha llegado”, le dijo a un entrevistador a fines de los años setenta. “El mío aún no lo había hecho”.

[New Yorker, Life as I Have Known It Has Been Finger Lickin’ Good, Wikipedia, Mashed, The Colonel’s Secret: 11 Herbs & A Spicy Daughter]

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